Leí este verano estas palabras admirables del filósofo católico francés Fabrice Hadjadj: «Si el fin último de nuestra ciencia no es comprenderlo todo celosamente en nosotros mismos, sino abrirnos también a otro incomprensible, debemos admitir una cosa: esa ciencia se realiza menos en un enciclopedismo que domine su tema, que en un estupor que lo adore. Sin el horizonte de esa adoración, el saber pierde sabor. En lugar de engrandecer, hincha. Su hiperintelectualismo se transforma en paranoia: comenzamos a creer que la realidad que no encaja en nuestro sistema es sólo mala voluntad que nos persigue; rechazamos esa vida abierta al acontecimiento para no aceptar más que lo que está conforme con nuestro programa.» (El paraíso a la puerta, Granada 2012. p. 329-330).

Comenzamos un nuevo curso académico. Montones de libros, horas lectivas y trabajos nos esperan. Las palabras del filósofo francés arriba citadas me hacen pensar que podemos afrontar los estudios desde diversas actitudes:

Por ejemplo, la actitud del que piensa “no-me-queda-más-remedio-si-quiero-ser-cura”, pero que no tiene mayor interés en volver a tocar un libro y seguir formándose “cuando-ya-sea-cura”.

Puede estar también la actitud quien ve en el estudio la ocasión de acumular saberes y títulos que le elevan por encima de los demás compañeros, comenzando así eso que el papa Francisco llama “carrerismo eclesial”, y que el mismo papa denuncia, tantas veces, como contrario al evangelio.

Pero está también la actitud de los amantes del saber, que caminan con firme pero humilde actitud, adentrándose a través del estudio en el misterio de Aquél que «llega a revelarse como más incomprensible cuanto más perfectamente conocido es, porque conocerlo es reconocer su fuente infinita y, por tanto, que siempre es más cognoscible que conocido, más amable que amado, más loable que loado.» (Op. Cit. p. 329).

El papa Francisco, en el nº 280 de su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, nos invita a tener «una decidida confianza en el Espíritu Santo» y a «invocarlo constantemente», porque «no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamente fecundos!»

Comencemos, pues, este curso con ilusión y espíritu de trabajo, abiertos con humildad y de todo corazón a la luz del Espíritu Santo. E invoquemos a María, la llena de Gracia, trono de la Sabiduría, causa de nuestra Alegría…

D. José Luis Tejería Ruiz,
Rector del Seminario de Corbán.