DOMINGO 19º DEL TIEMPO ORDINARIO (12 de agosto)

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Leer y acoger la Palabra

En aquel tiempo los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: ‘Yo soy el pan bajado del cielo’ y decían: ‘¿No es éste Jesús, el hijo de José? No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo? Jesús tomó la palabra y les dijo: ‘No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos discípulos de Dios. Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que procede del Dios: ese ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él, y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 41-51)

Meditar la Palabra

Terminaba la lectura evangélica del domingo pasado con esa afirmación de Jesús: Yo soy el pan de vida. En el texto de este domingo el evangelista quiere dejar claro el origen de Jesús, su identidad: Jesús es hijo de María y de José, pero también el pan vivo que ha bajado del cielo. Los judíos, ante esa afirmación comenzaron a murmurar pero ¿Quién es ese? ¿Cuál es su origen? Juan nos está haciendo entender que ese colectivo, los judíos, es un grupo hostil a Jesús. En realidad no buscan diálogo, sino enfrentamiento. Su obstinación les impide ver más allá de su propio mundo, de su propio interés. Jesús critica esta actitud que ya tuvieron los israelitas en el desierto, “y murieron”; en contraposición de quienes acogen con fe la palabra, que vivirán para siempre. Jesús también les quiere hacer entender los dos signos con que Dios se ha manifestado: el maná y el pan vivo, y la superioridad de éste que se ofrece en la plenitud de la revelación: Este pan de vida es el mismo Jesús, Él es nuestro alimento. El pan de Jesús se recibe en la Eucaristía, pero no sólo en ella. Todo lo que hacemos en nuestra existencia incorporando a ella el estilo de vida de Jesús hace crecer en nosotros la vinculación con Él.

Orar y contemplar la Palabra

– Puedo comenzar la oración pidiendo al Señor la gracia de sentir y gustar el significado de este encuentro con Jesús, pan de vida, en mi participación eucarística, en los momentos de oración ante el sagrario. Y poder repetir con fe: Tú eres el pan de vida…danos a comer de tu pan.

– Leo de nuevo el texto completo y voy cayendo en la cuenta de la actitud de los judíos: ellos murmuraban. Su encerramiento, su falta de acogida a la palabra de vida de Jesús. Y me quedo contemplando a Jesús con el deseo de entrar en diálogo con Él…

– Señor, Jesús, yo siento el deseo hondo en mí de vivir para siempre y tú, Jesús, prometes la vida eterna y me dices: el que coma de este pan vivirá para siempre… Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Esta experiencia de comer de este pan me compromete en tu proyecto a favor del mundo. Este es el gran signo, tu cuerpo y tu sangre como garantía y esperanza de vida eterna. Danos a comer de tu pan, ayúdanos a imitar tu estilo de vida, entusiásmanos contigo y que nunca, nunca nos apartemos de ti.

Actuar desde la Palabra

Responder de nuevo a la llamada de Jesús: profundizar en nuestra fe en la Eucaristía y creer en la fuerza que nos viene de participar en el compartir el Pan de vida.