Domingo quinto. Tiempo ordinario (5 de febrero)

75

A continuación de la proclama de las bienaventuranzas, que escuchamos el domingo pasado, Jesús va a presentar el programa de vida de quienes siguen a Jesús. Mateo nos ofrece metáforas, sencillas y elocuentes, para hacernos entender lo que el propio Jesús pensaba acerca de cómo debemos hacernos presentes los cristianos, en la sociedad.

Escuchar y acoger la Palabra

Acoger la Palabra, en este contexto, significa llegar a hacer del programa de Jesús, nuestro programa de vida. Jesús habla a los que Mateo llama sus discípulos, a aquellas personas que se han propuesto seguirle y vivir como vive el Maestro.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: ‘Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. (Mateo 5, 13-16)

Pensar la Palabra

A este pequeño grupo de discípulos que tiene delante, Jesús les dice nada menos, que ellos son sal y luz de la tierra, ellos que son un grupo insignificante en medio de aquel poderoso imperio dominado por Roma. Ser sal y ser luz, dos metáforas que van a ser inolvidables para los discípulos y para cualquier cristiano. En todo caso la sal y la luz se saborean y se sienten, así tiene que ser la condición cristiana, la manera de ser y de vivir, de los creyentes en Jesús: Así como la sal da sabor, se disuelve, se sacrifica, así también el discípulo debe esparcir el buen sabor, la fuerza contagiosa del Evangelio.

Orar y contemplar la Palabra

Terminada esta primera parte de reflexión, intento hacer silencio interior. Me quedo contemplando la imagen de la sal, puedo también encender una vela: sal y luz; luz y sal.
De nuevo me sitúo en la escena que el evangelista ha descrito. Intento sentirme formando parte de ella. Soy uno más de los discípulos que escuchan a Jesús. La Palabra de Jesús es dura: si la sal se vuelve sosa: No sirve más que para ser tirada fuera.
¿Y cuál es la finalidad que expresa Jesús? Que la gente vea vuestras buenas obras… es decir, me llama a ser testigo; que mi vida sea transparente y que por mi modo de vivir la gente se sienta motivada para creer en Dios.
Pido la fuerza del Espíritu para que yo conozca con toda verdad cómo es mi presencia en el mundo, mi modo de ser y vivir. ¿Soy trasparencia de la vida de Jesús?

Actuar desde la Palabra

*Puedo volver a leer el texto evangélico, dejando que resuene dentro de mí: ser sal y ser luz… ser sal y ser luz… lo repito hasta que sienta que estas palabras me tocan por dentro, me conmueven…
*Recuerdo también las palabras del papa Francisco. Nos pide a los cristianos que: “afianzados y fortalecidos en la fe, es hora de iluminar y transformar, de salir y transmitir la alegría de creer”.
* Según esto: ¿cuál ha de ser mi compromiso? ¿qué tengo yo que hacer? ¿Cuáles son los lugares a los que tengo que dar sabor y luz?
*¿Cómo puedo yo traducir, en mi vida cotidiana lo que veo que Jesús pide en este evangelio?
*Permanezco en oración pidiendo ser sal y ser luz para llevar a los otros la alegría del Evangelio.