Queridos diocesanos:

El misterio pascual, la muerte y resurrección de Jesús, es la manifestación suprema de la misericordia divina. Por su amor misericordioso, el Padre envía al Hijo al mundo; por amor a Dios y al ser humano, Cristo se ofrece en la Cruz al Padre para la redención de los pecados; por amor, el Padre acoge y acepta la ofrenda de su Hijo y lo resucita; por amor, Cristo resucitado envía el Espíritu Santo. El amor de Dios es más fuerte que el egoísmo humano, que el pecado y que la muerte.

“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 118, 1). Así cantamos en la octava de Pascua, porque Cristo resucitado da regala la paz, la misericordia y la alegría. Y antes de hacer estos regalos, Jesús muestra sus manos y su costado, es decir, señala la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. La misericordia divina llega a los hombres a través del corazón de Cristo crucificado, que la derrama sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu. Se trata de una misericordia que, a la vez que reconstruye la relación de cada uno con Dios, suscita también entre los hombres nuevas relaciones de solidaridad fraterna. Cristo nos enseñó que el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a “usar misericordia” con los demás: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7). Y nos señaló, además, los múltiples caminos de la misericordia, que no sólo perdona los pecados, sino que también sale al encuentro de todas las necesidades de los hombres. Jesús se inclinó sobre todas las miserias humanas, tanto materiales como espirituales.

La Pascua es un prodigio de la misericordia de Dios que cambia radicalmente el destino de la humanidad. La Pascua no cesa de decir que Dios-Padre es absolutamente fiel a su eterno amor por el hombre. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando nuestra mirada en Dios, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de generosidad y de perdón: en una palabra, con ojos de misericordia.

Con esta mirada misericordiosa, será posible establecer un estilo nuevo de relaciones entre las personas y entre los pueblos. Desde este amor podremos afrontar la crisis de sentido y los desafíos más diversos, superar los odios y las guerras, perdonar de corazón, salvaguardar la dignidad de toda persona humana. La misericordia divina es el don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y ofrece a la humanidad.

Con mi afecto y bendición,

+Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Santander