La Bula con la que el Papa Francisco convocaba el Año Jubilar de la misericordia comienza con estas palabras: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, rico de misericordia (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y pródigo en amor y fidelidad (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la plenitud del tiempo (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios” (Misericordiae vultus, 1).

Efectivamente Dios ha revelado su misericordia progresivamente. Ahora bien en Jesucristo su Hijo la revelado de una manera definitiva. De un modo especial en la Navidad caemos en la cuenta de que la misericordia de Dios no es algo abstracto, tiene un rostro, es Jesucristo. Vamos a ver cómo los gestos de Jesús, fundamentalmente sus milagros, son una manifestación de la misericordia de Dios

“Los signos que [Jesús de Nazaret] realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión. Jesús, delante a la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, perdidas y sin guía, sintió desde la profundo del corazón una intensa compasión por ellas (cfr Mt 9,36). A causa de este amor compasivo curó los enfermos que le presentaban (cfr Mt 14,14) y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes muchedumbres (cfr Mt 15,37). Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales” (Misericordiae vultus, 8).

No sólo con sus gestos y acciones, también con sus palabras, Jesús de Nazaret nos ha manifestado la misericordia de Dios Padre. Las parábolas más bonitas y conmovedoras son las parábolas de la misericordia…

“En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón. De otra parábola, además, podemos extraer una enseñanza para nuestro estilo de vida cristiano. Provocado por la pregunta de Pedro acerca de cuántas veces fuese necesario perdonar, Jesús responde: No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete (Mt 18,22) y pronunció la parábola del ‘siervo despiadado’. Este, llamado por el patrón a restituir una grande suma, lo suplica de rodillas y el patrón le condona la deuda. Pero inmediatamente encuentra otro siervo como él que le debía unos pocos céntimos, el cual le suplica de rodillas que tenga piedad, pero él se niega y lo hace encarcelar. Entonces el patrón, advertido del hecho, se irrita mucho y volviendo a llamar aquel siervo le dice: ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti? (Mt 18,33). Y Jesús concluye: Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos (Mt 18,35)” (Misericordiae vultus, 9).

Como vemos en esta parábola del siervo despiadado, Dios conoce muy bien cómo somos los hombres a la hora de perdonar, pero subraya con grandes trazos que Dios no es así: perdona lo poco y lo mucho, perdona y olvida, perdona con alegría… En el Año de la misericordia que acabamos de iniciar tenemos una oportunidad para acoger el perdón y la misericordia de Dios y para ser testigos de la alegría y la paz de sentirnos perdonados.

+Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Santander