NATIVIDAD DEL SEÑOR (25 de diciembre)

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Teresa de Jesús nos enseña a fundamentar nuestra esperanza en la actitud de Dios. De ese Dios que se ha hecho carne, que ha entrado en nuestra historia, dice Teresa en el Libro de Moradas 2, 9: que es muy buen vecino… y tiene en tanto… que le queramos y procuremos su compañía… que nos acerquemos a Él. Una actitud propia de este tiempo de Navidad, cuando Dios acampa en medio de su pueblo.

 Escuchar y acoger la Palabra

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y   la tiniebla no lo recibió….La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, al mundo vino y en el mundo estaba. El mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre… Y la Palabra  se  hizo  carne  y acampó  entre  nosotros,  y     hemos contemplado su gloria: gloria propia del hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad… A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios, hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer. (Jn 1, 1-18)

 Iluminar la Palabra

Leemos en la primera lectura lo que dice el profeta Isaías: qué hermosos  son,  sobre  los  montes,  los  pies  del  mensajero  que anuncia la paz. Es la buena noticia anunciada a un pueblo desesperanzado ante el sufrimiento del destierro. También nosotros hoy vivimos momentos de dolor y sufrimiento ante esta crisis económica, de falta de trabajo, ante la ola de violencia que vemos a nuestro alrededor, ante situaciones personales…   El evangelio de San Juan nos hace entender que el mensajero de paz es Jesús mismo, Palabra salida del Padre, Palabra  de  vida  que  nos  ha  dado  a  conocer  y  sentir  la    salvación de Dios. “Alegrémonos: no puede haber tristeza cuando nace la vida” escribe S. León Magno. San Juan de la Cruz, desde su experiencia de encuentro con Jesús, nos ayuda a entrar en la comprensión del prólogo del evangelista: “en darnos, como nos dio, a su Hijo, que es una palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola palabra y no tiene más que hablar”.

 

Orar y contemplar la Palabra

Si puedo, me sitúo, para orar, ante alguna representación del misterio de Belén. Allí, en adoración como los pastores, busco algún momento para leer de nuevo los textos que nos regala la liturgia de este día.

Puedo orar diciendo: Jesús, palabra hecha humanidad, en ti vemos al Padre Dios que nos habla.

Tú nos traes la noticia de su amor incondicional siempre.

Tú nos has abierto su corazón de Padre comprensivo y perdonador.

Tú nos entregas su Espíritu que nos hace hijos y hermanos.

Tú eres nuestro compañero, amigo y maestro, tráenos la paz, haznos mensajeros de paz.

Quiero  contemplarte,  Jesús,  escuchar  de  tus  labios  este mensaje de paz que conforte mi corazón y te pido por tantos hombres y mujeres que viven con falta de paz y alegría. Jesús de Nazaret, se para mí, en este año que comienza, camino verdad y vida. Enséñame a caminar por los caminos donde se encuentran aquellas personas que más necesitan de mí. Ayúdame a vivir en coherencia con tu evangelio. Amén

Actuar desde la Palabra

Durante este tiempo de Navidad puedo poner especial esmero en la acogida. Vino a los suyos… a su casa. ¿Puedo intentar, durante este tiempo, hacer de mi casa la casa de todos?

Seguramente en mi familia hay personas más solas, entre mis amigos… Yo puedo hacer que se sientan acogidos, que descubran al Dios de la vida. Yo puedo ser ese buen vecino o esa buena vecina con la gente de mi entorno. ¡FELIZ NAVIDAD!