♦ Texto para la oración
Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, también heredero por voluntad de Dios. (Gal 4, 4-7)
En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que les oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. (Lucas 2, 16-21)

♦ Comentario al texto
Los textos que nos ofrece hoy la liturgia nos ayudan, de nuevo, a centrar la mirada en el misterio de la encarnación. En primer lugar, el dato que nos ofrece Lucas en su evangelio: encontraron al Niño junto a María y a José, y cuando le vieron, reconocieron que aquel Niño, acostado en el pesebre, en medio de esa sencillez y pobreza, era realmente el salvador del mundo. Este encuentro les llenó de gozo y alegría y les motivó a contar aquello que habían vivido y experimentado.
Hoy la iglesia nos invita a contemplar y felicitar a María, la mujer que, con su entrega, hizo posible la encarnación: envió Dios a su Hijo, nacido de mujer. Esta mujer María, que recibe a los pastores, y en esta visita descubre, también ella, la profundidad de este misterio. La mujer contemplativa que va madurando en su corazón los acontecimientos; haciéndose, así, cada vez más receptiva a la voluntad de Dios.

>♦ Momento de oración
Los textos de este domingo nos invitan a celebrar y contemplar a María, aclamándola como Madre de Dios. Un título con el que la Iglesia la ha proclamado desde los primeros siglos. ¿Cómo podemos orar ante este misterio?

– Pedimos a María su misma actitud contemplativa como nos muestra Lucas. Guardar y conservar en nuestro corazón esta palabra, meditándola, reflexionando sobre ella para descubrir esa voluntad de Dios, en mi propia vida.
– Lo que Dios habla a mi corazón no es sólo para mí, sino que, como los pastores, he de sentirme llamado o llamada a contarlo a otros, para que también crezca su fe y su alegría.
– María es la madre de Dios y, a su vez, se nos presenta, como la mujer de fe. Ella, que ha acogido la voluntad de Dios con una entrega total, mantiene su fe viva dando vueltas en su corazón los acontecimientos, para crecer, cada día más, en fidelidad y en confianza.

– En este momento de oración personal doy gracias a María por su fe y por su entrega, y al mismo tiempo que le pido una fe creciente, puedo ir repitiendo las palabras del ave maría: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros… Ruega por tu iglesia, ruega por nuestras familias, ruega por cada uno de nosotros… enséñanos a orar, enséñanos a contemplar el misterio de Dios, danos fortaleza para vivir nuestra vida según la voluntad de Dios.
Te doy gracias María por tu sí.