♦Texto para la oración

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: ‘Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
‘¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. ’El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador’. Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. (Lucas 18, 9-14)

♦ Comentario al texto

Continuamos con la enseñanza del evangelista Lucas sobre la oración. De nuevo una parábola en la que, Jesús, presentando dos personajes antitéticos (como el domingo anterior), nos ofrece las claves de discernimiento para distinguir entre la falsa y la auténtica actitud orante. Os digo que éste salió justificado, dice Jesús refiriéndose al publicano. ¿Por qué? Porque se ha puesto delante de Dios tal como es, en toda su verdad, sin falsos fingimientos. Siente su realidad de pecado y suplica la compasión de Dios diciendo: ‘¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador’. Su breve oración, nace de una total confianza en la misericordia de Dios. El Papa Francisco repite tantas veces en sus homilías y en sus catequesis: Dios es misericordioso, Dios nos ama, a pesar de nuestro pecado, Dios nos ama siempre, nos espera siempre, Dios es misericordioso. La confesión de sus pecados y la solicitud de la misericordia divina justifica al publicano: Os digo que éste bajó a su casa justificado. En cambio, la actitud legalista de quien se considera justo es rechazada. Justo, verdaderamente justo ante Dios, no es el que cumple puntualmente las observancias, sino el que, fiándose de la misericordia divina, reconoce su propia limitación y confiesa sinceramente su pecado.

♦ Oración con el texto

> Comienzo la oración, suplicando la actitud orante del publicano y también su gesto de humildad. Busco, para este rato de oración, la postura que más me identifique con él. Repito en mi interior, una y otra vez, ¡Oh Dios, ten compasión de este pecador…!
> Puedo recordar las palabras de María, la madre de Jesús, en el magníficat: “ha mirado la humildad de su sierva” …y me quedo en silencio pidiendo al Espíritu que me enseñe a orar con la oración del pobre, del que se siente necesitado de perdón.
> Tomo las palabras del salmo de este domingo: Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo salva de sus angustias.
> Pido a Jesús, maestro de oración, entender su palabra: Os digo que éste bajó a su casa justificado.
-Desde esta certeza dejo que surja en mí el amor agradecido a la vida, a las cosas, a las personas. Este amor me hace hijo, me” justifica”. Dios es amor, el que permanece en el amor, en Dios permanece y Dios en él.
> Doy gracias al Señor, por este encuentro, por el encuentro con su grandeza y con mi pobreza. Porque tú eres mi Dios que me amas siempre, me esperas siempre, me perdonas siempre.

En el año de la misericordia
El Señor no se cansa nunca de tener misericordia de nosotros, y quiere ofrecernos una vez más su perdón -todos tenemos necesidad de Él-, invitándonos a volver a Él con un corazón nuevo, purificado del mal, purificado por las lágrimas, para compartir su alegría. (Papa Francisco. Homilía, febrero 2015)