Saludo con todo afecto al señor Cardenal Presidente de la Conferencia Episcopal Española y a los demás cardenales aquí presentes. Igualmente saludo a los arzobispos que nos acompañan con especial afecto a mi arzobispo metropolitano hasta ahora Mons. Julián Barrio y al que lo será a partir de este momento Mons. Jesús Sanz, y en particular a mi inmediato predecesor Mons Vicente Jiménez Zamora, ahora arzobispo de Zaragoza. Mi agradecimiento a los hermanos obispos que quieren mostrar visiblemente la fraternidad episcopal. Queridos hermanos presbíteros, consagrados y fieles laicos. Saludo particularmente al Sr. Nuncio y deseo haga llegar al papa Francisco mi comunión profunda, cordial y obediente con él. El ministerio de Pedro es realmente un servicio precioso a la Iglesia universal y también a cada Iglesia particular, al mismo tiempo que a la humanidad entera. Saludo lleno de esperanza a los seminaristas, que forman parte del presente y del futuro de nuestra diócesis de Santander.
Queridos diocesanos todos, queridos familiares, queridos paisanos de Fuentes de Nava y queridos amigos. Con particular afecto saludo a quienes han venido desde las diócesis de Mondoñedo-Ferrol y de Palencia; ocuparéis siempre unos y otros un puesto privilegiado en mi corazón. Saludo con deferencia y respeto al Presidente de la Autonomía, al Delegado del Gobierno y a los Srs. Alcaldes de _____ a las demás autoridades locales, provinciales y autonómicas. Cuenten todos con mi lealtad para colaborar como obispo en todo lo que se refiera al bien común de la sociedad y al bienestar social, cultural y espiritual de nuestro pueblo.
1. Comentario a las lecturas
La Palabra de Dios nos hablado hoy de buscar la sabiduría que es don de Dios. El autor sagrado reconoce que ha luchado para obtenerla, pero no ha sido defraudado. Con ella le han venido la alegría del corazón y una gran esperanza. También Jesús en el evangelio muestra su sabiduría divina ante una pregunta capciosa de los sacerdotes y escribas que se resisten a reconocerlo como Mesías. Al comienzo de mi ministerio en esta diócesis de Santander, ayudadme a pedir al Padre la sabiduría que viene de él tan necesaria para apacentar su pueblo santo. Y que ella me venga acompañada de la alegría del corazón y una gran esperanza para poder compartirlas con mi grey
2. Actitudes compartidas
Vengo a una Iglesia particular, con una rica tradición de santos, de cristianos eminentes, de realizaciones sociales y culturales magníficas. Todo esto quiero hacerlo mío con honda gratitud. Amemos nuestra historia cristiana. La purificación necesaria de actitudes y de conductas concretas es compatible con el legítimo orgullo por las personas que nos han precedido y que también hoy son nuestros maestros en la fe.
No traigo un programa pastoral propio. Asumo el Plan Pastoral Diocesano para el trienio 2014-2017 que lleva por título: “Una Iglesia diocesana en conversión y en salida”, elaborado aquí prestando atención al programa de acción pastoral diseñado por el papa Francisco en la Evangelii Gaudium y que se fija de manera preferente en cuatro necesidades, a las que debemos prestar atención prioritaria: familia, jóvenes, dimensión social de la caridad y cultura vocacional. Y estaremos siempre abiertos a las sorpresas que el Señor nos vaya deparando. Como por ejemplo el Año Jubilar de la misericordia que no tardando convocará el papa Francisco.
Adelantemos ahora algunas actitudes que debemos cultivar en común siguiendo los pasos del papa actual:
2.1. Escuchar
La Iglesia es la comunidad que escucha con fe y con amor al Señor que habla. Es la Palabra de Dios la que suscita la fe, la nutre, la regenera. Es la Palabra de Dios la que toca los corazones, los convierte a Dios y a su lógica, que es muy distinta a la de los hombres. Es la Palabra de Dios la que renueva continuamente nuestras comunidades…
Todos podemos convertirnos en mejores oyentes de la Palabra de Dios, para ser menos ricos de nuestras palabras y más ricos de la Palabra de Dios. El sacerdote, que tiene la tarea de predicar, ¿cómo puede hacerlo si antes no ha abierto su corazón, no ha escuchado, en el silencio, la Palabra de Dios? Los padres, que son los primeros educadores, ¿cómo pueden educar si su conciencia no está iluminada por la Palabra de Dios, si su modo de pensar y de obrar no está guiado por la Palabra? ¿Qué ejemplo pueden dar a los hijos? Y pienso en los catequistas, en todos los educadores: si su corazón no está caldeado por la Palabra, ¿cómo pueden caldear el corazón de los demás, de los niños, los jóvenes, los adultos? No es suficiente leer la Sagrada Escritura, es necesario escuchar a Jesús que habla en ella. Es necesario ser antenas que reciben, sintonizadas en la Palabra de Dios, para ser antenas que transmiten. Es el Espíritu de Dios quien hace viva la Escritura, la hace comprender en profundidad, en su sentido auténtico y pleno.
Y al leer y meditar asiduamente la Ley del Señor, hemos de procurar creer lo que leemos, enseñar lo que creemos y practicar lo que enseñamos. Recordemos también que la Palabra de Dios no es propiedad nuestra, es Palabra de Dios. Y la Iglesia es la que custodia esa Palabra. Para que nuestra enseñanza sea alimento del Pueblo de Dios, primero ha de alimentarnos a nosotros. La misión sin oración pronto se convierte en función y, al final, se produce la dimisión.
Escuchar a Dios para poder escuchar verdaderamente a los hermanos. Abrir la puerta de nuestro corazón a Dios implica abrírsela también a los que El ama: a los pobres, a los pequeños, a los descarriados, a los pecadores… A toda persona, en definitiva. Y cerrarla, por el contrario, a todos los ‘ídolos’: al halago fácil, a la gloria mundana, a la concupiscencia, al poder, a la riqueza, a la maledicencia. Una acogida cordial y una escucha atenta facilitan que las personas, aun las más duras, nos confíen su intimidad sin temor a ser juzgados o incomprendidos.
Escuchemos de un modo especial a los jóvenes. Necesitan ser escuchados en sus logros y en sus dificultades. Hay que saber sentarse para escuchar quizás el mismo libreto, pero con música diferente. ¡La paciencia de escuchar! En el confesionario, en la dirección espiritual, en el acompañamiento. Sepamos perder el tiempo con ellos. Sembrar cuesta y cansa, ¡cansa muchísimo! Y es mucho más gratificante gozar de la cosecha… Pero Jesús nos pide que sembremos en serio. No escatimemos esfuerzos en la formación de los jóvenes. Ayudemos a nuestros jóvenes a redescubrir el valor y la alegría de la fe, la alegría de ser amados personalmente por Dios. Esto es muy difícil, pero cuando un joven lo entiende, ayudado por el Espíritu Santo, lo acompaña toda la vida después. Educarlos en la misión, a salir, a ponerse en marcha, a ser callejeros de la fe.
2.2. Caminar
“Es tiempo de caminar”, dijo Santa Teresa cuando le llegó la hora de la muerte. Antes había dicho dejándose llevar por su corazón enamorado: “Juntos andemos, Señor. Por donde vayas tengo que ir, por donde pases tengo que pasar” (Camino de Perfección, 21,6). Pero la mística abulense era bien consciente de que no caminaba sola, sino al lado de Cristo, “con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero” (Vida, 22,6). Caminar con Cristo, de la mano de Teresa, es abandonarse en los brazos de un Dios misericordioso sin tasa ni medida. Es aprender a darse del todo a todos. Es tener la certeza de que podemos llegar hasta el centro del castillo interior que es nuestra alma donde Dios vive y se nos comunica.
El papa Francisco, a cinco siglos de distancia, también nos ha invitado a caminar. Dirigiéndose a los cardenales en la Capilla Sixtina el día siguiente a su elección como Sucesor de Pedro decía: “Caminar. “Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor” (Is. 2,5). Esta es la primera cosa que Dios ha dicho a Abraham: Camina en mi presencia y se irreprochable. Caminar: nuestra vida es un camino y cuando nos paramos, algo no funciona. Caminar siempre, en presencia del Señor, a la luz del Señor, intentado vivir con aquella honradez que Dios pedía a Abraham en su promesa”. Y al comienzo del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa, que estamos celebrando, escribió: “En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida y de su obra. Ella entendió su vida como camino de perfección por el que Dios conduce al hombre, morada tras morada, hasta Él y, al mismo tiempo, lo pone en marcha hacia los hombres. ¿Por qué caminos quiere llevarnos el Señor tras las huellas y de la mano de santa Teresa? Quisiera recordar cuatro que me hacen mucho bien: el camino de la alegría, de la oración, de la fraternidad y del propio tiempo.
Ser Pastores significa creer cada día en la gracia y en la fuerza que nos viene del Señor, a pesar de nuestra debilidad, y asumir hasta el final la responsabilidad de caminar delante del rebaño, libres de los pesos que dificultan la sana agilidad apostólica, y sin falta de decisión al guiarlo, para hacer reconocible nuestra voz tanto para quienes han abrazado la fe como para quienes aún «no pertenecen a este rebaño» (Jn 10, 16) […] Ser Pastores quiere decir también disponerse a caminar en medio y detrás del rebaño: capaces de escuchar el silencioso relato de quien sufre y sostener el paso de quien teme ya no poder más; atentos a volver a levantar, alentar e infundir esperanza. Nuestra fe sale siempre reforzada al compartirla con los humildes: dejemos de lado todo tipo de presunción, para inclinarnos ante quienes el Señor confió a nuestra solicitud […].
Caminar juntos, en amistosa fraternidad, nos facilitará conocer mejor y ser más dóciles a la acción del Espíritu Santo. Él, el Paráclito, es el protagonista supremo de toda iniciativa y manifestación de fe. El Paráclito crea y mantiene la unidad en la Iglesia y, al mismo tiempo, favorece las legítimas diferencias, no en la «igualdad», sino en la armonía. Recuerdo, añadía el Papa, aquel Padre de la Iglesia que lo definía así: «Ipse harmonia est». El Paráclito, que da a cada uno carismas diferentes, nos une en esta comunidad de Iglesia, que adora al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
1.3 Evangelizar
Para ser una Iglesia en salida evangelizadora hemos de salir de nosotros mismos para anunciar el Evangelio, pero, para hacerlo, debemos salir de nosotros mismos para encontrar a Jesús. Se trata, pues, de una doble salida: una hacia el encuentro con Jesús y la otra, hacia los demás para anunciar a Jesús. Estas dos van juntas. La evangelización se hace de rodillas. Como madre Teresa de Calcuta hemos de ser audaces para arrodillarnos ante los más pobres de entre los pobres como hacía ella, pero también hemos de ser valientes para arrodillarnos cada día ante el Señor. No tengamos miedo de salir de nosotros mismos en la oración y en la acción pastoral. Tengamos el coraje de rezar abundantemente para poder ir a anunciar el Evangelio. No nos quejemos de los tiempos que nos toca vivir, no cultivemos el deporte de la queja. Seamos positivos y, desde el encuentro con el Señor, seamos capaces de encontrarnos con las personas especialmente con las más despreciadas y desfavorecidas. No tengamos miedo a salir e ir contra la corriente. Seamos discípulos misioneros.
No tengamos miedo de salir e ir al encuentro de los alejados, de los pecadores. No podemos bloquearnos por los prejuicios, las costumbres, rigideces mentales o pastorales, por el famoso «siempre se ha hecho así». Se puede ir a las periferias sólo si se lleva la Palabra de Dios en el corazón y si se camina con la Iglesia. De otro modo, nos llevamos a nosotros mismos, no la Palabra de Dios, y esto no es bueno, no sirve a nadie. No somos nosotros quienes salvamos el mundo: es precisamente el Señor quien lo salva.
3. Agradecimientos
No puedo terminar sin recordar con afecto a mis dos últimos predecesores en esta sede. Mons. José Vilaplana ha dejado una huella profunda en la Diócesis y en el corazón de los santanderinos. Nos une una fuerte amistad y juntos trabajamos en la misma viña del Señor. A Mons. Vicente Jiménez Zamora le sucedo inmediatamente. Nos conocimos de sacerdotes. Y desde entonces nos une una profunda amistad. Le manifiesto mi gratitud por su ministerio en la diócesis. Las Asambleas Diocesanas del Clero y de Laicos, convocadas por él, han sido un momento de gracia y promesa de renovación. Seguiremos atentos para que produzcan los frutos espirituales y pastorales deseados. Es para mí un deber muy grato reconocer al P. Manuel Herrero Fernández su buena labor como Administrador diocesano y agradecer la cordial acogida que me ha dispensado, juntamente con el colegio de consultores.
Extiendo mi gratitud a los Medios de Comunicación por la atención que me han prestado desde que se hizo público mi nombramiento como obispo vuestro.
Estoy impresionado por las manifestaciones de gratitud y cordialidad que venís dispensándome los montañeses desde el día en que se hizo público mi nombramiento para esta diócesis. Consideradme como vuestro Pastor y amigo.
Pido a Dios que os bendiga a vosotros y a vuestras familias. ¡Que nos bendiga a todos con numerosas y santas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada y que contemos con muchas familias que sean verdaderas ‘iglesias domésticas’ donde se vive y se transmite la fe en Jesucristo.
Ponemos, queridos hermanos, nuestra Iglesia de Santander y el ministerio episcopal que el Papa me ha confiado en manos de San Emeterio y San Celedonio, nuestros patronos y en el regazo de Nuestra Señora la Virgen Bien Aparecida, patrona de la diócesis. Ella, que gestó a su Hijo con entrañable amor de Madre y lo dio a luz como el Salvador del mundo, nos sostenga en la fe y nos acompañe en nuestros trabajos apostólicos. Que nos ayuden todos los santos y beatos de nuestra Diócesis de Santander.
Amén