Como bien sabemos Jesús usó frecuentemente parábolas y alegorías para anunciar el reino de Dios utilizando imágenes que sacudían, iluminaban y persuadían a quienes lo escuchaban. Hoy se nos ha proclamado en el evangelio la parábola del gran banquete. Es una respuesta al comentario de uno de los oyentes de Jesús: “¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios!”.

            La parábola habla de alguien que preparó un gran banquete e invitó a mucha gente. En aquel tiempo era costumbre hacer una especie de doble invitación. Primero se invitaba a la gente, y cuando ya todo estaba preparado se les volvía a avisar para que vinieran ya.  Pero en aquella ocasión todos empezaron a excusarse. Uno porque tenía que ver un terreno que acababa de comprar. Otro porque iba a probar cinco yuntas de bueyes recién compradas. Y otro, en fin, porque se acababa de casar y no podía dejar sola a su esposa.

            Cuando el emisario informó del rechazo generalizado al dueño de la casa, éste se enojó. Y dio orden al siervo que buscara por las plazas y las calles del pueblo, e incluso por los caminos y veredas del campo, a los pobres, inválidos, cojos y ciegos, con el fin de que vinieran al banquete hasta llenar la casa. Impresionan estas palabras, «sal por los caminos y senderos e insísteles hasta que entren y se me llene la casa». Son palabras que denotan el auténtico interés de Dios que nos busca desesperadamente.

            El Señor invita a las personas a participar de su gran banquete. Pero buena parte de los invitados, le dan más importancia a algunas cosas que tienen que atender, y no acuden al banquete. En cambio otros, aparentemente con menos méritos, sí aceptan la invitación, y son los que disfrutan de él. Pero vamos a analizar la parábola con más detalle

  1. Invitados al gran banquete del reino de Dios

            En primer lugar  Jesús dijo que se trataba de ‘un gran banquete’. No era algo de poco valor lo que este hombre había preparado para sus invitados. El coste y su preparación habían corrido, completamente, de parte de quien dio el banquete.  Así que Jesús comparó este gran banquete con el reino de Dios. Es decir, el reino de Dios es pintado aquí, como un gran banquete.  Todos sentados a la misma mesa, todos alegres compartiendo ricas viandas y vinos de solera.

            Nosotros sabemos que el reino de Dios se acercó a los hombres en Jesucristo: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio” (Mar. 1,15). Y Jesús mismo se ofreció y se ofrece hoy, como un gran banquete, e invita a muchos a participar de él.  Tomando sólo el evangelio de Juan, vemos algunas de estas invitaciones, a distintas personas.

            A la mujer samaritana se le ofrece como “un agua que le da vida y que le hará no tener sed jamás” (Jn. 4,10-14). A algunos judíos que se beneficiaron de la multiplicación de los panes y los peces se les ofrece como “el pan que bajó del cielo y da vida al mundo, con quien nunca se pasará hambre” (Jn. 6, 33. 35). A otros les escandalizó ofreciéndoles: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final” (Jn 6,54) y  dejaron de seguirle. A los que bebieran de Él les anuncia que “de su interior brotarían ríos de agua viva” (Jn. 7, 38). En fin, en Jn. 9,39 se ofrece como vista para los ciegos y en Jn. 10,9-10 se ofrece como pastor, para que todo el que se acerque a Él “tenga vida y la tenga en abundancia. Y en Jn 11:25 como “… la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera”.

  1. Hay quienes rehúsan la invitación

            Viendo la grandeza del banquete nos cuesta creer que alguien se excuse y no desee participar del mismo. ¿Qué tienen estos de tanto valor como para que no les interese el banquete?

            La excusa del primero es que ‘había comprado un terreno y tenía que ir a verlo’. La excusa del segundo es muy parecida: ‘Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas’. La excusa del tercero era que ‘hacía poco que se había casado y por eso no podía ir’. No parecen excusas serias. Algo más debía de haber para no ir al banquete. Hemos de aclarar que ninguna de esas ocupaciones era mala en sí misma; ni Dios prohibía ninguna de ellas, todo lo contrario. Tener un campo, o cinco yuntas de bueyes, o casarse son cosas que Dios las ve bien. ¿Qué estaba mal, entonces? Sencillamente que fueron valoradas más que las riquezas de Cristo. Que el lugar prioritario lo tenían esas cosas, en vez del Señor; que cuando hubo que elegir, ellos eligieron las cosas, en vez de la relación con Cristo.

            Lo que Jesús busca enseñarnos con esta parábola es que, aunque su invitación a participar en sus riquezas es para todos, algunos valoran más sus bienes, su trabajo o sus aficiones, que el participar de una relación con Dios y con sus tesoros. No tienen ojos para percibir el inmenso valor de entablar una amistad con el Señor y aceptar todos sus regalos de vida eterna. Por lo tanto, se ocupan y valoran más su campo, sus bueyes o su familia que el Reino de Dios. En el fondo estas personas tienen una ceguera que no les permite valorar el tesoro escondido y la perla preciosa. Eso es algo desconocido para ellos; no lo ven. Por tanto, y lógicamente, en el momento de ser invitados por el Señor, se excusan y quedan atrapados por sus cosas.

            Con algunas personas puedes hablar de trabajo, casa, familia, deportes y bien; pero si empezamos a hablar de cosas que tienen que ver con la vida eterna cambian de conversación, porque sencillamente no lo ven. Pero todo el que clama a Dios termina viendo, porque Dios es misericordioso y rico para todos los que le invocan. (Rom. 10, 12-13). Aquellos cuyos ojos son abiertos y ven la grandeza del tesoro, son como aquel que, habiendo descubierto un tesoro en un campo, vende todo lo que tiene para comprarlo.

            Dios es quien abre los ojos, no nosotros. Pero si tomamos conciencia de nuestra ceguera, de nuestra falta de valorar ese gran banquete, y clamamos al Señor, él nos prestará sus ojos para ver lo verdaderamente importante. Por eso Jesús dijo en tantas ocasiones: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”.

            Veamos ahora los que sí aceptaron el banquete.

  1. Pero hay otros que sí participaron en el banquete

            Hubo muchos, como nos cuenta la parábola, que sí acudieron al banquete; tantos que terminaron llenando la casa. (vs. 21-24). Pero ¿quiénes fueron estos? Según v. 21 eran “los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos”.  En el contexto de Lucas, son los gentiles o paganos. A ellos también se les invita a sentarse a la mesa y alegrarse con el gran banquete. De esta manera, en el banquete de la parábola de Jesús todos se sientan en la misma mesa: judíos y paganos. En la época de Lucas, había en las comunidades muchos problemas y contradicciones que impedían la realización de este ideal. Lucas muestra, por medio de esta parábola, que la práctica de la comunión de mesa (La Misa) venía del propio Jesús.

            La sociedad actual ejerce un bombardeo continuo para que en ningún caso nos vayamos a considerar pobres, inválidos, cojos o ciegos, moral o espiritualmente. Y lo hace, mayormente, enfatizando que no somos cojos, sino que unos andan de una forma y otros de otra. Y tan válida es una como otra. Lo único que no es aceptable es decir que, hay una verdad y no estamos andando conforme a esa verdad. Esto hace que sea difícil que alguien se vea pobre, cojo o ciego.

            Por el contrario el punto de vista de Dios es que los que son dichosos son estos pobres, inválidos y ciegos; ellos son los que entran al banquete, los que aceptan, con sumo gusto, la invitación. La casa, al final, se va a llenar de todas formas. Es decir, del gran banquete que ofrece Jesucristo, van a participar muchos hasta llenarse la casa y que no quepa ni un alfiler. El asunto es si cada uno de nosotros somos de los que entran, o nos quedamos fuera, entretenidos con nuestros insignificantes intereses.

            La decisión es radical: si valoramos cualquier cosa en nuestra vida –bienes, casa, familia, trabajo, aficiones, etc.– más que las riquezas de Cristo, quedaremos fuera. Si el amor por cualquiera de estas cosas, aunque todas ellas son legítimas y buenas, nos hace excusarnos de ir a Cristo y sus riquezas, entonces nos quedaremos fuera del banquete. ¡Qué tristeza si nos perdemos las riquezas de Cristo!

            «¡Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios!» ¿Qué esperamos para hacer nuestras estas palabras? ¡Dichosos somos, pues Nuestro Señor, nos invita a su banquete cada día, Él viene a nuestro encuentro, se nos ofrece en la Eucaristía, Él es Pan de Vida, Pan que sacia el hambre, primicia del banquete definitivo en el Reino de Dios! Así es, somos privilegiados frente al comensal que le dijo a Jesús las expresivas palabras con las que hemos iniciado este párrafo. Nosotros, a diferencia de Él, ya hemos compartido, en cierta manera, la mesa con el Señor.                                                                                                                                                           +Manuel Sánchez Monge,                                                                                                       Obispo de Santander