PRESENTACIÓN

“Una Iglesia Diocesana en conversión y en salida” es el título del Plan Pastoral Diocesano que nos guía en la misión evangelizadora del año 2014 al año 2017, un Plan, que lejos de haberse quedado obsoleto, sigue estando cada día más vigente.

Por una parte, el mandato misionero de Jesús: “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19-20) sigue impulsándonos ayer, hoy y siempre, a la misión de proclamar la Buena Noticia del amor incondicional y misericordioso de Dios a todos los hijos e hijas de todos los tiempos y lugares; por otra parte, el Papa Francisco, sigue urgiéndonos cada día a la alegría de evangelizar, por medio de su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”, documento programático para toda la Iglesia universal. En el hoy de nuestro mundo y de nuestra historia, la Iglesia tiene que vivir en clave de salida misionera. No podemos esperar a que vengan, o conformarnos con los que ya acuden por los cauces o estructuras tradicionales, que evidentemente tendremos que seguir manteniendo y actualizando, buscando la mejor calidad de nuestras acciones. El reto de llegar a los alejados, de salir a las periferias existenciales, a los que nunca han oído hablar de Jesucristo, tiene que ser prioritario e inaplazable. Es tanto lo que la experiencia de Dios aporta en la búsqueda de felicidad y de sentido del ser humano, que no podemos demorar el anuncio como si se tratara de un aspecto secundario o prescindible.

El magisterio del Papa Francisco, con obras y con palabras, es fuente de esperanza y de ánimo, una bocanada de aire fresco que nos conduce con pasión y alegría a lo más esencial y genuino de nuestra fe. Pero podemos correr el riesgo de aplaudir las intervenciones del Papa, unirnos a sus deseos para la Iglesia, pero… sin cambiar nada ni en nuestras vidas, ni en nuestras comunidades, ni en nuestras celebraciones, ni en nuestras propuestas pastorales: ¡todo sigue igual!, practicar lo que él llama (EG 96) el “habriaqueísmo”. Ahora bien, seguir haciendo todo como lo hemos hecho siempre y buscar resultados diferentes, nos origina cada vez más frustración y desesperanza. Esto, no cabe duda, tiene que llevarnos a una reflexión seria.

Evidentemente, pasar del dicho al hecho, romper inercias y rutinas, no es fácil. Ir a lo seguro, movernos en lo que sabemos hacer, en terreno conocido, es una tentación difícil de evitar. Para ello, no queda otro remedio que trabajar un “cambio de mentalidad”, una verdadera conversión, empresa difícil para todos (EG 27). Pero con la ayuda del Señor la dificultad y el pesimismo no pueden paralizarnos, tenemos que ir concretando acciones que nos lleven a conseguir el objetivo que perseguimos. Es mucho lo que está en juego: nuestra propia felicidad y la de muchos hermanos nuestros que necesitan la luz de la fe, el encuentro con Jesucristo para vivir en plenitud ese don gratuito, esa dignidad inviolable de ser hijos de Dios. Y todo ello, aderezado con la alegría, tono vital que nace de la esperanza, y de saberse acompañados por aquel para quien nada hay imposible. Unas comunidades cristianas alegres, fervorosas, vivas y esperanzadas, que intenten dar respuestas creativas a las demandas e interrogantes del hombre y la mujer de hoy; unas comunidades comprometidas y dinámicas en la lucha por la justicia -como nos dice el Papa Francisco-, será una buena pastoral vocacional, porque despertarán entre los jóvenes el deseo de consagrarse al Señor y a la evangelización. Evidentemente, sin dejar de hacer propuestas concretas.

Un trabajo conjunto y coordinado entre sacerdotes, laicos y vida consagrada se hace necesario en esta nueva etapa. De manera especial los laicos deben ocupar su papel y protagonismo insustituible, tanto en el interior de nuestras estructuras eclesiales, como sobre todo y de forma prioritaria, en la evangelización de los ambientes donde transcurre su vida cotidiana, y donde sólo ellos pueden llegar. Hay muchos niños, jóvenes, familias, que ya no oyen hablar de Dios, o del evangelio de Jesucristo; hay muchas personas que necesitan un primer anuncio del mensaje central de nuestra fe, del kerigma; no podemos dar nada por sabido (EG 164-165).

La dimensión social de la fe es un aspecto a potenciar y cuidar. Una fe que no se solidariza con los últimos, una fe que no busca encarnarse y transformar las estructuras injustas, que no intente cambiar este mundo en el Reino soñado por Dios para todos, es una fe acomodada y muerta. Para esto es necesario fomentar un laicado maduro, formado y organizado; tenemos medios para ayudarnos en esta importante tarea (Asamblea Diocesana de Laicos, propuestas de acción, 12 y 20)

Desde esta clave de salida: de intentar cosas nuevas, romper inercias y arriesgar, es desde donde hemos partido para elaborar la Programación Diocesana para este nuevo Curso 2016-2017. Escuchados los Consejos Pastoral y Presbiteral, se ha vuelto a reunir la Comisión mixta que elaboró el Plan Pastoral Diocesano para recoger las propuestas y acciones concretas que nos ayuden a llevar a cabo los objetivos.

La familia es el ámbito donde, de manera especial, queremos que llegue con ardor renovado la luz de la fe, esa Buena Nueva del amor fiel que se dona generosamente hasta el extremo. Para el Papa Francisco es una prioridad. Hace poco nos ha regalado la bella Exhortación apostólica “Amoris Laetitia” (La alegría del amor) que marca las líneas a seguir en la pastoral familiar. Muchas son las pautas que nos propone como cauce de evangelización, y que tendremos que intentar lo primero conocer, y secundar en la medida de lo posible.

Dos acontecimientos gozosos y extraordinarios tendrán lugar Dios mediante en este nuevo curso en nuestra Diócesis de Santander, y que serán fuente de propuestas pastorales. Por una parte la Asamblea de Vida Consagrada y por otra el Año Santo Lebaniego.

La Asamblea de Vida Consagrada, que comenzará en el próximo mes de noviembre, nos ayudará a conocer esta rica realidad diocesana en sus distintas formas y carismas. Solamente desde el conocimiento podremos querernos más y trabajar más unidos y organizados en la misma misión evangelizadora dentro de nuestra diócesis. Es necesario que esta Asamblea no sea “una cosa más que toca hacer”, o algo dirigido u orientado por un sector concreto de nuestra Iglesia, sino un acontecimiento que a todos nos motive y nos haga crecer en la comunión.

El Año Jubilar Lebaniego es un acontecimiento privilegiado de gracia que podremos vivir y celebrar desde abril del 2017. “Nuestra gloria, Señor, es tu cruz” es el lema para este año. La cruz es signo de vida, de esperanza y de gloria para los que unimos nuestra vida al Misterio Pascual de Jesucristo. Tendremos que aprovechar esta oportunidad diocesana para hacer con nuestros fieles esa peregrinación, ese camino, que pasando por la cruz nos lleve a la alegría de la resurrección, fuente de luz y renovación.

Nos adentramos en el nuevo curso 2016-2017 en pleno Año Jubilar de la Misericordia, Año de Gracia que está siendo rico en reflexiones, iniciativas, y expresiones que facilitan revivir y experimentar en carne propia, ese atributo esencial de Dios para compadecerse, abajarse y cargar sobre sus hombros la debilidad y el sufrimiento del ser humano, y devolverle con la ternura del padre que nos ama con amor de madre, esa caricia que sana, perdona y rehabilita.

Cuando uno tiene la oportunidad de experimentar la misericordia en primera persona, no puede menos que, agradecido, hacer lo mismo con las personas y situaciones que llaman a la puerta de nuestra conciencia, recordando las palabras de San Ireneo: “La gloria de Dios es que el hombre viva”. Hacer que este año no se quede sólo en un acontecimiento entrañable pero transitorio, dependerá de nuestro grado de coherencia y compromiso, tanto a nivel personal como eclesial y social. Transmitir esta preocupación y solidaridad por los más débiles, por los pobres, con palabras y sobre todo con obras, será también una prioridad en nuestra programación.

Pedimos a Nuestra Señora Bien Aparecida, Reina y Madre de misericordia, que vuelva a nosotros sus ‘ojos misericordiosos’ y nos ayude a realizar esta Programación Pastoral que ponemos en sus manos. Igualmente lo imploramos a nuestros santos Patronos Emeterio y Celedonio.

+Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Santander

Documento completo de la Programación Pastoral Diocesana 2016-2017