♦ Texto para la oración:
– “Aquel día brotará un renuevo del tronco de Jesé y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados”. (Isaías 11, 1-10)
– “Acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios… por otra parte acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia”. (Rom 15, 4-9))
– “Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: ‘Convertíos porque está cerca el reino de los cielos… Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. (Mat 3, 1-12)
♦ Comentario para la oración:
Isaías describe, en este bello poema, los rasgos del Mesías, del que anuncia ya su llegada inminente. Su juicio será justo y recto. El ser humano necesita escuchar en estos momentos el valor de un juicio hecho desde la verdad y la rectitud, que no se deja llevar de las apariencias ni de los engaños. Sólo así es posible la paz y la felicidad verdadera. Paz entre las gentes, paz entre las personas y los pueblos, paz entre el hombre y la naturaleza, paz que nos llega del reconocimiento de Dios como Dios.
Pablo en su carta describe al Mesías, rostro de Dios, expresando con sus actitudes lo que anunció Isaías. Se hizo todo para todos: servidor de los judíos… acoge a los gentiles; manifestando así el rostrod misericordioso de Dios. Porque para Dios no hay judío ni gentil, ni distinción de color, ni de sexo, ni de clase. Dios en Jesús se ha hecho el hombre-para-los-demás.
En el evangelio leemos la llamada del Bautista a la conversión: el reino de Dios está cerca. Está ya dentro de cada uno, dentro de mí. Tengo que hacerme consciente de ello y quitar, allanar, los obstáculos que me impidan reconocerlo, sentirlo, descubrirlo.
♦ Momento de oración:
– Comienzo, como decíamos la semana pasada, buscando el lugar más apropiado para este momento de oración. Enciendo la segunda vela del Adviento…
– Hago silencio… me hago consciente de cómo estoy en este momento que me preparo para el encuentro… acojo todo lo que traigo, todo lo que soy. Me pongo ante Dios con toda mi verdad. Señor tú me conoces, dame la gracia de conocerte para amarte más tiernamente y seguirte más fielmente.
– Pongo la mirada en el Mesías, como lo anuncia Isaías: Lleno del espíritu del Señor… No juzgará por apariencia… Me dejo interpelar por él: ¿cómo son mis juicios?
– Sigo leyendo el texto de Pablo que me invita: acogeos mutuamente. ¿Con quién me relaciono yo? ¿Estoy dispuesto a acoger sin distinción de clase social, de manera de pensar, de raza, de cultura…?
– Le pido a Jesús que me transforme por dentro, que me vaya configurando con su modo de ser y actuar…
– Renuevo mi deseo de preparar el camino al Señor, de allanar todo aquello que sea dificultad para acoger su venida.
– Termino la oración pidiendo la fuerza del espíritu del Señor: que el mismo espíritu que invadió al Mesías-Jesús, venga a mí y derrame su sabiduría, su prudencia, su valentía… su amor.
– Recojo la experiencia de este encuentro orante: ¿qué sentimiento me aflora después de este momento de oración…? ¿qué deseos me ha suscitado…? ¿qué estoy dispuesto a hacer…?
Termino dando gracias por este tiempo de oración mientras recito serenamente las palabras del salmo 71:
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas.
Bendito por siempre su nombre glorioso,
que su gloria llene la tierra.
Que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.