EMIGRANTES MENORES DE EDAD VULNERABLES Y SIN VOZ

En la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado que se celebra este año, se pretende llamar la atención sobre los emigrantes menores de edad, especialmente los que están solos. Hemos de hacernos cargo de ellos por tres motivos: porque son menores, extranjeros e indefensos. Por diversas razones, son forzados a vivir lejos de sus lugares de nacimiento y separados del afecto de su familia.

Hoy, la emigración no es un fenómeno limitado a algunas zonas del planeta, sino que afecta a todos los continentes. Y está adquiriendo cada vez más una dimensión dramática. Por otra parte afecta a todos hombres y mujeres, ancianos y niños que se ven obligados a abandonar sus casas con la esperanza de salvarse y encontrar en otros lugares paz y seguridad.

Son principalmente los niños quienes más sufren las graves consecuencias de la emigración, casi siempre causada por la violencia, la miseria y las condiciones ambientales. La carrera desenfrenada hacia un enriquecimiento rápido y fácil lleva consigo también el aumento de plagas monstruosas como el tráfico de niños, la explotación y el abuso de menores. Los niños, por su particular fragilidad, tienen derecho en primer lugar, a un ambiente familiar sano y seguro donde puedan crecer bajo la guía y el ejemplo de un padre y una madre. Además, el derecho a recibir una educación adecuada, sobre todo en la familia y también en la escuela, donde los niños puedan crecer como personas y protagonistas de su propio futuro. De hecho, en muchas partes del mundo, leer y escribir sigue siendo privilegio de unos pocos. Todos los niños tienen derecho a jugar y a vivir como niños que son.

El Santo Padre nos recuerda en su Mensaje que “los niños constituyen el grupo más vulnerable entre los emigrantes, porque, mientras se asoman a la vida, son invisibles y no tienen voz: la precariedad los priva de documentos, ocultándolos a los ojos del mundo; la ausencia de adultos que los acompañen impide que su voz se alce y sea escuchada. De ese modo, los niños emigrantes acaban fácilmente en lo más bajo de la degradación humana, donde la ilegalidad y la violencia queman en un instante el futuro de muchos inocentes, mientras que la red de los abusos a los menores resulta difícil de romper”. “Quiero que se dispare la última bala. Aunque sea contra mí. Quiero que sea la última. Y quiero que la gente me oiga”, ha dicho Hanin, de 16 años que dejó Siria después de que una bomba destruyera su casa y ahora vive en Austria.

En nuestro país, el número creciente de menores sin hogar como consecuencia de la inmigración, de las rupturas familiares y de otras circunstancias, nos debe hacer pensar a todos sobre los retos que plantea, ya hoy, el crecimiento de estos niños sin el deseado ambiente familiar, escolar y lúdico. Es necesario parar este flujo de menores que, si bien, durante el periodo de escolarización están tutelados, sin embargo, en cuanto alcanzan la mayoría de edad, quedan solos en la calle con todos los riesgos y peligros que ello conlleva.

Como cristianos hemos de recordar que nadie es extranjero en la comunidad cristiana, que abraza todas las naciones, razas, pueblos y lenguas. Por tanto hemos de proteger, integrar y dar soluciones estables a la situación que vive cada niño o adolescente inmigrante. En este sentido el Pontífice propone “que se adopten adecuados procedimientos nacionales y planes de cooperación acordados entre los países de origen y los de acogida, para eliminar las causas de la emigración forzada de los niños entre las que se encuentran los conflictos armados.” Urge realizar todos los esfuerzos posibles para que la acogida de los menores migrantes, en los centros o en las familias, sea digna de modo que los menores puedan disfrutar de los medios necesarios para desarrollar su personalidad y superar los traumas que han dejado en ellos las circunstancias de la inmigración.

+Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Santander