LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (28 de mayo)

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Está culminando la Pascua, que discurre hacia la celebración de Pentecostés. Jesús dice a sus discípulos que conviene que él se vaya, que su presencia entre ellos será de otra manera, a través de su Espíritu. Y por medio de su Espíritu estará con ellos todos los días, hasta el fin del mundo. Esa presencia la experimentarán en la Iglesia: a través de la Palabra, la Eucaristía, los Sacramentos; en la comunidad reunida; en cada hermano y hermana: lo que hacéis a uno de estos, a mí me lo hacéis.

►Escuchar y acoger la Palabra
“En aquel tiempo, los once su fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: ‘Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. (Mateo 28, 16-20)

►Pensar la Palabra
El mensaje central de la liturgia de esta fiesta de la Ascensión es una vez más la promesa de Jesús: sabed que yo estoy con vosotros todos los días. Permanecerá junto a sus discípulos, pero de una forma nueva, por medio del Espíritu que les dará a conocer toda la verdad: el sentido profundo y pleno del misterio de Cristo.
También Jesús, a lo largo de su relación con ellos, les ha hablado de otro modo de permanecer. El resucitado no se va al cielo, sino que continúa entre los suyos. Incluso nos ha dejado algunas claves bien claras para poder reconocerle: donde están dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,19) o, cada vez que lo hacéis a uno de estos hermanos míos, más pequeños, a mí me lo hacéis (Mt 25, 40).
Jesús se presenta como Señor a quien se le ha dado todo poder sobre cielo y tierra. Este poder es el fundamento del mandato que se expresa a continuación. La autoridad de Jesús constituye a los discípulos en testigos y les envía a la misión: bautizad y enseñad, con la certeza de que nunca faltará su presencia.

►Orar y contemplar la Palabra
* Contemplo a Jesús en este momento de despedida. Después de los cuarenta días de encuentro con el resucitado, nosotros también podemos decir que le conocemos mejor.
El que ascendió al cielo ante los ojos atónitos de sus discípulos fue el que descendió y no dudó en hacerse el último de todos, el esclavo de todos. Y así había hablado a los suyos: El que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.
* Escucho su voz que ahora me dirige a mí: Yo estaré con vosotros, contigo, todos los días.
– ¿Cómo me afecta este misterio de fe?
– ¿Vivo esa presencia del Señor en mí vida, trabajando con Cristo, caminando con Cristo, hablando con Cristo?
– ¿Le descubro en medio de la comunidad que ora, que celebra?
– ¿Cómo me acerco a los que sienten necesidad de compañía, de ayuda, de pan… descubro ahí el sentido de la palabra de Jesús, a mí me lo hacéis?

►Actuar desde la Palabra
* Reconozco, los sentimientos que se han movido en mi interior y doy gracias por los deseos que pone en mí de vivir como él, de actuar como discípulo de Jesús. Le doy gracias por ser mi Maestro de vida. Quiero comprometerme a revivir esa presencia del Maestro en la Iglesia, en la Palabra, en la comunidad reunida, en cada hermano y hermana que necesita mi ayuda y mi presencia