DOMINGO 21 DEL TIEMPO ORDINARIO (Día 27 de agosto)

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El evangelio de este domingo nos invita, fundamentalmente, a que revisemos, no sólo lo que pensamos de Jesús, sino a que revisemos nuestra relación con Él. Eso significa que Jesús toca mi vida y se convierte en el centro de ella, significa que crece en mí el sentido de ser discípulo y discípula de Jesús, significa que voy aprendiendo a mirar la vida como la miraba Jesús, significa que me siento caminando con Él siendo testigo.

►Escuchar y acoger la Palabra
“En aquel tiempo al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: ‘¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?’ Ellos le contestaron: ‘Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas’. Él les preguntó: ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: ‘Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo’. Jesús le respondió: ‘¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo’. Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías”. (Mateo 16, 13-20)

►Pensar la Palabra
Jesús formula a sus discípulos una pregunta marcada por dos momentos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? La gente, sin duda ya había advertido la presencia de Jesús en los caminos y en las ciudades y lo reconocía como un profeta. Y Jesús insiste: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro lo confiesa como Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios viviente. En esta respuesta se encierra todo el contenido de la fe cristiana, que después irán descubriendo los seguidores de Jesús, después de su resurrección. Y Jesús se dirige a Pedro con una bienaventuranza: son dichosos los que han recibido el don de esa certeza, que no se debe a evidencias inmediatas.

►Orar y contemplar la Palabra
Una vez más, Señor, siento que algo por dentro me ha traído hasta aquí, una vez más necesito escuchar tu palabra, una vez más me invitas a confiar a recibir la dicha de la certeza de la fe.
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
En este momento de oración puedo sentirme, como los discípulos, ante esta pregunta que hoy me dirige Jesús a mí: Tú ¿quién dices que soy yo?
Delante de Jesús miro a mí vida y me pregunto, en su presencia: ¿Cómo confieso a Jesús con mis palabras y con mi vida?
– ¿Ignoro esa pregunta?
– ¿Lo veo como un profeta, un maestro, quizá, pero lejano a mi propia vida?
– ¿Reconozco a Jesús, quizá en lo íntimo de mi vida, pero no me atrevo a confesarlo públicamente?
– ¿Lo confieso como mi Señor y Salvador, por quien soy capaz de entregar mi vida en la tarea de cada día, en el compromiso por la verdad, la justicia y el amor?

►Actuar desde la Palabra
Durante la semana puedo volver sobre este texto evangélico y repetir esta oración:

Jesús, Hijo del Dios vivo,
sabemos que a los que te aceptan como Señor
les prometes la plenitud de la fe
y la salvación de su existencia.

Danos la sencillez para escuchar
esta pregunta sobre tu identidad
y la fuerza para confesar
abiertamente nuestra fe en ti.

Amén.