DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO (26 de agosto)

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  • Leer y acoger la Palabra

“En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: ‘Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?’ Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: ‘¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de  nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, algunos de entre vosotros  no creen’. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién le iba a entregar. Y dijo: ‘Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede’ Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús les dijo a los Doce: ‘¿También vosotros queréis marcharos?’ Simón Pedro le contestó: ‘Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo por Dios”.  (Jn 6, 60-69)

  • Meditar la Palabra

El discurso de Jesús sobre el “Pan de Vida” ha provocado una profunda crisis entre sus seguidores. Era preciso tomar una decisión: seguir o abandonar a Jesús. ¿Esto os escandaliza? Dice Jesús. ¿Y si vierais cosas más grandes? Jesús no se acomoda a sus expectativas, por eso el evangelista nos dice que muchos se echaron atrás. Juan nos presenta dos modelos de respuesta: el de muchos discípulos y el de los Doce. Se hace historia concreta aquello que el mismo Juan escribió en su prólogo: la palabra se hizo carne… vino a los suyos pero no le recibieron… pero a los que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios. Estos son aquellos que han confesado como Pedro: Señor… Tú tienes palabras de vida eterna. En definitiva, ser discípulo no garantiza nada si no se acompaña de una actitud de escucha, de fe, de apertura a Jesús y a su existencia.

  • Orar y contemplar desde la Palabra

-Llego a este encuentro con Dios desde mi trabajo, desde mi vida ordinaria… sosiego la respiración y abro mi corazón al que sostiene mi vida. Pido al Señor consciencia para pronunciar con Pedro: Señor, Tú tienes palabras de vida eterna.

Leo de nuevo el texto descubriendo en él, estas dos posturas que el evangelista nos quiere presentar. Dos actitudes y modos de responder ante Jesús. ¿Me echo atrás ante la Palabra de Jesús que me llama a un compromiso, que me pide una toma de postura? ¿Soy capaz de decir con la misma fuerza de Pedro: Señor, a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Y sobre todo contemplo a Jesús, fiel al Padre y a su misión, aún a riesgo de quedarse solo. Nosotros, sus discípulos, estamos llamados a descubrir que el seguimiento de Jesús se hace, muchas veces, a contracorriente de lo que nos rodea, de los valores que se quieren imponer (dinero, éxito, prestigio). Nosotros, sus discípulos, queremos dejarnos cuestionar por el Evangelio. La situación crítica en la que nos encontramos nos impulsa a ir a las fuentes de nuestra fe y a hacernos discípulos y testigos del Dios de Jesucristo, de una forma más decidida y radical, porque creemos, como Pedro que: Sólo tú Señor, tienes palabras de vida eterna.

Dialogo con Jesús sobre mi momento personal. ¿Cómo me siento ante la lectura de esta Palabra y qué repuesta quiero dar? Y repito suavemente, dejando que la Palabra caiga en mi interior y me vaya transformando en verdadero seguidor y discípulo: Tú tienes palabras de vida eterna.

-Doy gracias por mi vida, por las veces que he podido dar  la respuesta, de fe y amor de Pedro, y pido perdón por aquellas veces que me haya echado atrás, por mis miedos, por mis inseguridades. Y repito una y otra vez: Tú, Señor, tienes palabras de vida eterna.