AQUÍ ESTOY, ENVÍAME
Domund 2020

Vivimos unos momentos marcados por los sufrimientos y desafíos causados por la pandemia covid-19. Estamos realmente asustados, desorientados y atemorizados. El dolor y la muerte nos hacen experimentar nuestra fragilidad humana. Pero al mismo tiempo todos somos conscientes de que compartimos un fuerte deseo de vida y de liberación del mal. En este contexto, nos llega la llamada de Dios, la invitación a salir de nosotros mismos por amor de Dios y del prójimo. Es una oportunidad para compartir, servir e interceder. La misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo. Es, por tanto, el momento para escuchar la invitación del Señor: “¿A quién enviaré?” (Is 6,8).

Esta llamada viene del corazón de Dios, de su misericordia que interpela tanto a la Iglesia como a la humanidad en la actual crisis mundial. Dios ha revelado que su amor es para todos y cada uno de nosotros (cf. Jn 19,26-27). Y nos pide nuestra disponibilidad personal para ser enviados. Él es Amor en un movimiento perenne de misión, siempre saliendo de sí mismo para dar vida. «La misión, la “Iglesia en salida” no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae» (Sin Él no podemos hacer nada, LEV-San Pablo, 2019, 16-17). Dios siempre nos ama primero y con este amor nos encuentra y nos llama. Nuestra vocación personal viene del hecho de que somos hijos e hijas de Dios en la Iglesia, su familia, hermanos y hermanas en esa caridad que Jesús nos testimonia.

Ahora bien, la respuesta a la llamada de Dios ha de ser una respuesta libre y consciente. Solo podemos percibirla cuando vivimos una verdadera amistad con Jesús vivo en su Iglesia. Solo entonces podremos decir: “Aquí estoy, envíame” (cf. Is 6,8). Preguntémonos: ¿Estamos listos para escuchar la llamada a la misión, tanto en la vía del matrimonio como de la virginidad consagrada o del sacerdocio ordenado, como también en la vida ordinaria de todos los días? ¿Estamos dispuestos a ser enviados a cualquier lugar para dar testimonio de nuestra fe en Dios, Padre misericordioso, para proclamar el Evangelio de salvación de Jesucristo, para compartir la vida divina del Espíritu Santo en la edificación de la Iglesia? ¿Estamos prontos, como María, Madre de Jesús, para ponernos al servicio de la voluntad de Dios sin condiciones (cf. Lc 1,38)?

Hoy día se trata de comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia. La enfermedad, el sufrimiento, el miedo, el aislamiento nos interpelan. Nos cuestiona la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida. Ahora, que tenemos la obligación de mantener la distancia física y de permanecer en casa, estamos invitados a redescubrir que necesitamos relaciones sociales, y también la relación comunitaria con Dios. Y la oración, mediante la cual Dios toca y mueve nuestro corazón, nos abre a las necesidades de amor, dignidad y libertad de nuestros hermanos, así como al cuidado de toda la creación. La imposibilidad de reunirnos como Iglesia para celebrar la Eucaristía nos ha hecho compartir la condición de muchas comunidades cristianas que no pueden celebrar la Misa cada domingo. En este contexto, la pregunta que Dios hace: «¿A quién voy a enviar?», se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: «¡Aquí estoy, mándame!» (Is 6,8). Dios continúa buscando a quién enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y la muerte, su liberación del mal (cf. Mt 9,35-38; Lc 10,1-12).

Nuestra diócesis de Santander cuenta con 123 misioneros, que dijeron un día “Aquí estoy, envíame” y han mantenido esta palabra durante muchos años. 91 se encuentran aún en países de misión, 32 han regresado a España por razones de edad o de enfermedad. La labor de todos ellos es digna de admiración, pero, sobre todo, es un acicate también para seguir avanzando en nuestro compromiso misionero aquí en nuestra tierra o en terrenos de misión. Oremos y seamos también generosos en nuestra aportación económica para la evangelización en pueblos verdaderamente empobrecidos.

+Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Santander