Hay despedidas de despedidas.

Siempre estamos diciendo adiós a lo que fue. Y siempre le estamos dando la bienvenida a lo que va llegando.

Hoy estamos aquí para despedir a Isidro, al hermano, al tío, al párroco, al amigo. Yo le digo adiós a un amigo de toda la vida. A un amigo del alma. Me despido de su voz, de su figura, de sus gestos… Pero le doy la bienvenida a esa presencia no menos cierta por invisible. Le doy la bienvenida a su espíritu caminando por donde yo voy, a su compañía permanente e intangible, pero real y efectiva, porque nunca se van del todo los que amamos y nunca nos abandonan los que nos aman.

Hay personas que por su carisma, por esa manera tan suya de ser y de sentir la vida, se quedan de un modo especial en el mundo, sólo hay que tener los ojos y el corazón muy abiertos para sentirlos.

Y mi amigo es de ese grupo, del grupo de los hombres buenos. De los que se arriesgan a dejar lo conocido y se ofrecen como voluntarios para la provincia de jesuitas de Centroamérica. Estudió teología en La Javeriana, en Bogotá, Colombia, y acompañó durante todo este tiempo a jóvenes, grupos y familias en la búsqueda de Dios en la vida corriente, en el trabajo, en los barrios pobres, convencido de la presencia de un Dios amoroso que está en todas partes y en todos los seres vivos.

Su opción preferencial por los pobres lo llevó a acompañar a monseñor Romero, en El Salvador, y a hacer parte de la UCA en los tiempos convulsionados que vivió entonces ese país, siendo testigo por aquellos días del asesinato de sus amigos jesuitas y de la guerra que cobró tantas víctimas inocentes.

Fue enviado a Guatemala en tiempo también difíciles, donde los golpes de estado y la represión eran un asunto de todos los días.

Trabajó en FE y ALEGRÍA en Panamá, una vez más comprometido con los sectores más vulnerables, atendiendo incluso a comunidades indígenas de la zona del Darién.

Y en medio de tanto caos, de tanta violencia, mantuvo siempre la fe intacta y la esperanza en un mundo mejor que buscaba, de algún modo, propiciar con su trabajo.

Maestro ejemplar para enseñar la bondad y el respeto a las diferencias, defensor acérrimo de los derechos humanos, buscador incansable de conocimiento, devorando libros y escuchando a la gente.

Volvió a España y se doctoró en teología en la universidad de Comillas, en Madrid, y su saber no lo volvió inalcanzable sino cercano, enamorado de la docencia.

Ese era Isidro Pérez, mi amigo, un hombre inteligente y sensible, respetuoso pero lleno de afecto, independiente pero cercano, conciliador donde notaba conflicto, alegre y sencillo. Todo un caballero.

Así que hoy no sólo celebro sus exequias (y hoy 10 de enero: su cumpleaños), sino su vida. Una vida llena de sentido. Celebro la suerte de saberlo mi amigo. Y le doy la bienvenida a esta nueva forma de relacionarnos, esta que no es otra cosa que la conversación que ahora sostendrá mi alma con su alma.

Agradezco en mi nombre y en el de toda su familia y demás amigos, las muestras de solidaridad y el acompañamiento recibido durante estos días. Que se vuelvan bendiciones para todos y cada uno de ustedes.

 

Margarita Palacio Uribe.

Medellin – Colombia