El pasado fin de semana ha sido uno de esos especiales. Dos días cargados de emociones, de reflexión; de fraternidad y sobre todo de fe, mucha fe. El sábado 14 de septiembre celebramos la Exaltación de la Santa Cruz en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana.
Un lugar único y un entorno idílico que recibió a cientos de personas que asistieron a la celebración presidida por nuestro Obispo, D. Arturo y que tuvieron la oportunidad de adorar el Lignum Crucis. Una jornada que nos recuerda que la Cruz es un símbolo de muerte, pero lo es, ante todo, de resurrección y de vida, tal y como aseguró D. Arturo en su homilía.
El domingo 15 de septiembre celebramos la Bien Aparecida, patrona de nuestra diócesis y de Cantabria. Miles de personas llegaron hasta el Santuario caminando, corriendo, en bicicleta y en autobuses o coches. Personas con historias personales, con promesas, con muchos recuerdos, pero, ante todo, con mucho amor hacia nuestra Madre, la Virgen María.
Como expresó, D. Arturo en su homilía: “María nos enseña a dar a Jesús al mundo, porque ama. Esta debe ser nuestra misión en el mundo, que las personas se encuentren con Dios porque lo ven en nosotros, en nuestra forma de ser, de movernos; de actuar y de razonar”. Asimismo, aseguró que “este ejemplo precioso de servicialidad, de salir de uno mismo y acudir al otro, que me necesita, es lo que nos enseña María Santísima, Bien Aparecida, en este día de fiesta”.
Dos días en casa, en los brazos de nuestra Madre, que siempre nos acoge y nos apoya y que nunca suelta nuestra mano. Dos días que nos hacen pensar en la vida, en el servicio, en la importancia de la empatía y de demostrar que somos felices porque somos cristianos. ¡Que el mundo sepa quienes somos por el amor que desprendemos!