¿Acaso hemos perdido la Navidad? Pues a lo peor sí. Comenzamos desde los primeros días de diciembre con las iluminaciones, los anuncios, la psicosis de las compras y las vacaciones. Navidad son días de frenesí consumista: viajes, invitaciones y regalos, en los que el núcleo religioso de la fiesta y la vivencia personal y familiar del nacimiento del Señor quedan poco menos que olvidados.

Las comidas y cenas, las reuniones de todas clases nos llenan el tiempo hasta el agotamiento. Hay que reconocer que en nuestras ciudades y pueblos está desapareciendo no sólo la celebración familiar y tranquila de la Navidad, sino también y, sobre todo, la celebración religiosa de esta festividad que, junto con la de Pascua, es la fiesta central del calendario cristiano. ¿Qué tendríamos que hacer?

Tendremos que encontrar la manera de celebrar santamente la Navidad en el contexto real de nuestra vida actual. No se trata de nostalgias sino de autenticidades.

Hemos de hallar una forma distinta de los rituales al uso todos los que somos católicos libres y convencidos. Los que intentamos movernos no por rutina ni por costumbrismo, sino por el deseo de vivir con coherencia el recuerdo y la celebración del gran Misterio de nuestra salvación: el Nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre en el portal de Belén.

La celebración central ha de ser la Misa de Navidad, y si además vamos a la Misa del Gallo, mejor. Tiene que ser una Misa bien preparada, bien vivida. Si va precedida de la celebración del sacramento del perdón, mejor que mejor.

Podemos practicar también algunas devociones: rezar los misterios gozosos del Rosario, leer el relato del nacimiento de Jesús en los evangelios de San Lucas o de San Mateo, preparar con cariño el belén –o al menos el Misterio- en algún rincón de la casa, etc.

Por supuesto que la fiesta puede ir acompañada de expresiones de alegría, cantos, regalos, felicitaciones, comida familiar con sobremesa larga y divertida. Lo importante es guardar las proporciones, no perder el buen gusto de la sobriedad, conservar las dimensiones de lo familiar, de lo auténtico, de lo verdaderamente sentido y gozoso.

Las mismas celebraciones familiares tienen que estar salpicadas de detalles como una bendición especial de la mesa, cantar en familia algún villancico, dar gracias juntos a Dios por los beneficios recibidos durante el año que termina….

El cuadro quedaría completo si a la vez tenemos algún gesto de amor y de fraternidad con alguna persona especialmente necesitada: enfermos, ancianos, presos, personas sin trabajo y sin recursos. En torno al Niño de Belén todos tenemos derecho a sentirnos un poco más buenos y un poco más hermanos.

A nuestro alrededor seguirán celebrándose las fiestas del consumismo, del derroche, de las movidas y del agotamiento. Nosotros celebraremos la fiesta de Jesús al gusto de Jesús, y demostraremos con hechos que la Navidad es otra cosa, más honda, más verdadera, más feliz y más humana. Es la fiesta de Dios con los hombres y de los hombres con Dios.

+ Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Santander.