“Dios es compasivo y misericordioso”

Se opone con frecuencia al Dios del Antiguo Testamento, iracundo y vengativo, al Dios del Nuevo Testamento, clemente y misericordioso. Algunos textos del Antiguo Testamento pueden favorecer semejante opinión, pero esta visión de un Dios justiciero en primer lugar, no responde ni siquiera a los estratos más viejos del Antiguo Testamento, en segundo lugar, no tiene en cuenta el proceso de progresiva transformación de la idea de Dios en la primera Alianza y, por ultimo, no tiene en cuenta la evolución interna del Antiguo Testamento hacia el Nuevo. Al fin y al cabo, los dos Testamentos dan testimonio del único y mismo Dios.

Las páginas del Antiguo Testamento hablan repetidamente de Dios como compasivo y misericordioso. Esto aparece ya en los orígenes mismos de la humanidad.

La misericordia de Dios se expresa en la alianza con su pueblo

El pueblo de Israel experimenta que el Dios que sale a su encuentro es un Dios misericordioso, sensible ante sus miserias: «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto; he escuchado su clamor…» (Ex 3,7). La razón que mueve a Dios para escuchar ese clamor no es otra que la misericordia. «Clamará a mí y yo le oiré, porque soy compasivo» (Ex. 22,26) Ya desde el comienzo de la historia de la salvación Yahvé se revela como «Dios clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad» (Ex 34,6). Porque actúa a favor de su pueblo por obra y gracia de la misericordia divina. «La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera» (St. 3,17). La misericordia le lleva a Dios a establecer una alianza, un pacto de amor, con su pueblo. Y entre las personas ligada por un pacto debe haber solidaridad, bondad y misericordia. Esta sobresale cuando la ejerce con el pueblo que le es infiel; la hesed, es el rasgo más sobresaliente del Dios de la Alianza y llena la Biblia de un extremo a otro. Un Salmo lo repite en forma de letanía, explicando con ella todos los eventos de la historia de Israel: «Porque eterna es su misericordia» (Sal 136). Así lo expresa el papa Francisco: “Eterna es su misericordia: es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios. En razón de la misericordia, todas las vicisitudes del Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La misericordia hace de la historia de Dios con su pueblo una historia de salvación. Repetir continuamente ‘eterna es su misericordia’, como lo hace el Salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el grande hallel como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes”[1]. Dios no disimula los pecados de su pueblo, pero cuando corrige con mano dura no se olvida de su misericordia.

 La compasión, en definitiva, es el modo de ser de Dios, más allá de sus reacciones puntuales. Es su manera de ver la vida y de mirar a las personas y lo que mueve y dirige todas sus actuaciones. Dios siente hacia sus criaturas lo que una madre siente hacia el hijo que lleva en su vientre. Dios nos lleva en sus entrañas. Las llagas del cuerpo de Cristo son como ventanas que nos permiten ver sus entrañas de Misericordia: «Las heridas que su cuerpo recibió –dice bellamente san Bernardo- nos dejan ver los secretos de su corazón, nos dejan ver el gran misterio de la piedad… ¿Qué dificultad hay en admitir que tus llagas nos dejan ver tus entrañas? No podría hallarse otro medio más claro que estas llagas para comprender que tú, Señor, eres bueno y clemente y rico en misericordia. Nadie tiene una misericordia más grande que el que da su vida por los sentenciados a muerte y a la condenación. Luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No puedo ser pobre en méritos si él es rico en misericordia. Y si la misericordia del Señor es grande, muchos serán mis méritos ¿Pero si soy consciente de mis pecados que son muchos? Donde proliferó el pecado sobreabundó la gracia. Y si la misericordia del Señor dura por siempre, yo también cantaré eternamente las misericordias del Señor ¿Cantaré acaso mi justicia? Señor, recordaré sólo tu justicia para mí» (Sermones sobre el Cantar de los Cantares 61,5, Madrid 1987, 771).

El papa Benedicto subrayó en su momento que «es necesario aprender que la omnipotencia de Dios no es un poder arbitrario, pues Dios es el Bien, es la Verdad, y por eso lo puede todo. No puede actuar contra el bien, no puede actuar contra la verdad, no puede actuar contra el amor y contra la libertad, pues El mismo es el bien, es el amor y la verdadera libertad… Dios es el custodio de nuestra libertad, del amor, de la verdad. Y este ojo que nos mira no es un ojo malévolo que nos vigila, sino la presencia de un amor que nunca nos abandona… La cumbre de la potencia de Dios es la misericordia y el perdón. El verdadero poder es el poder de gracia y de misericordia. En la misericordia, Dios demuestra el verdadero poder. Dios, en el Hijo sufre con nosotros… y de este modo demuestra el verdadero poder divino… Quería sufrir con nosotros y por nosotros, y en nuestros sufrimientos nunca nos ha dejado solos»[2].

Y el papa Francisco lo expresa así: “Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia” (SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae II-II, q.30, a 4). Las palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no sea en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Es por esto que la liturgia, en una de las colectas más antiguas, invita a orar diciendo: “Oh Dios que revelas tu omnipotencia sobre todo en la misericordia y el perdón” (XXVI domingo del Tiempo Ordinario. Esta colecta se encuentra ya en el siglo VIII, entre los textos eucológicos del Sacramentario Gelasiano (1198). Dios será siempre para la humanidad como Aquel que está presente, cercano, providente, santo y misericordioso” (MV 6)

Durante los años que pasó Israel en el desierto tuvo que ejercitar abundantemente la misericordia ante las infidelidades de su pueblo. En la promulgación del Decálogo, Dios afirma que mientras castiga la iniquidad de los padres hasta la tercera y cuarta generación, tiene misericordia por mil generaciones con los que le aman y guardan sus mandamientos (Ex 20,6). Se lo recuerda Moisés al pueblo después de que adoraran al becerro de oro y de que recibieran las nuevas tablas de la Ley: «Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso y clemente… que mantiene su amor por mil generaciones… perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado» (Ex 34,6-9).

La época de los Jueces se caracteriza por los binomios: pecado-castigo, arrepentimiento-perdón. Humillados los israelitas por los pueblos vecinos a causa de sus pecados, Dios les envía Jueces-salvadores, tan pronto como clamaban misericordia, que los liberaban de modo que pudiese Los Profetas son testigos de la misericordia continua de Dios con su pueblo.

Y en Jeremías, Dios, invitando a la conversión exclama: «Vuélvete, Israel… no estará airado mi semblante contra vosotros porque soy piadoso y no guardo rencor para siempre» (3,12). A pesar de la predicación de los Profetas los israelitas repitieron sus infidelidades, por lo que tuvieron que pasar por el trago amargo del destierro en Babilonia. También allí tuvo misericordia de ellos y, por medio de su «ungido» Ciro (Os 45,1), los devolvió a su patria de modo que pudieron continuar la historia del pueblo de Dios. Con razón canta el salmista repetidamente a la misericordia de Dios, que proclama eterna, ante las grandes obras de la creación y la providencia misericordiosa de Dios con su pueblo escogido (Sal 135; 99,5). Por ello el pecador puede siempre esperar misericordia de él (Sal 50).

La cima de la revelación veterotestamentaria de la misericordia divina lo encontramos en el profeta Oseas. Es el profeta del amor singular de Dios con Israel, a pesar de la infidelidad de su pueblo. Utiliza dos preciosas imágenes para expresarlo: la imagen del Padre y la del Esposo. El dramatismo de la situación explica el dramatismo de su mensaje. El pueblo ha violado la alianza y se ha convertido en una prostituta mancillada. Por eso, también Dios ha roto con su pueblo. Ha decidido no mostrar más compasión hacia el pueblo infiel (cf. Os 1,6). Pero entonces se produce un giro dramático. “Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas” (Os 11,8). En lugar del aniquilamiento del pueblo tiene lugar una subversión en el propio Dios. ¿Por qué? Porque la divina compasión se sobrepone y Dios no quiere dar rienda suelta a su ira. En Dios, la misericordia vence a la justicia. El profeta nos aporta la razón de este comportamiento en Dios: “Que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo devastador” (Os 11,8s). La santidad de Dios, su ser totalmente otro respecto de todo lo humano, no se manifiesta en su justa ira ni tampoco en su trascendencia, inaccesible e inescrutable para el hombre; la divinidad de Dios se hace patente en su misericordia. Dios es el padre de su pueblo: “Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí… Y con todo yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole en mis brazos, mas no supieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como quien alza a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él para darle de comer”(Os 11,1-4)

En este pasaje, profundamente conmovedor desde un punto de vista humano, se echa de ver que, ya en el Antiguo Testamento, Dios no es el Dios de la ira y la justicia, sino el Dios de la misericordia. Tampoco se trata de un Dios apático, que permanece en su trono ajeno a la aflicción y el pecado de los hombres. Dios se muestra, por un lado, humanamente conmovedor y, por otro, se revela, sin embargo, como por completamente distinto de todo lo humano, como el Santo, como el totalmente Otro. Su determinación esencial, que lo diferencia de raíz de los hombres elevándolo por encima de todo lo humano, es la misericordia. Esta constituye la sublimidad y la soberanía de Dios, su esencia santa. Cristo citará el texto de Oseas en que Dios declara que prefiere la misericordia a los sacrificios (Os 6, 6; Mt 9,12; 12,7).

  • La misericordia de Dios es entrañable

 “Paciente y misericordioso es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. Los Salmos, de un modo particular, destacan esta grandeza del proceder divino: “Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia” (103, 3-4). De una manera aún más explícita, otro Salmo testimonia los signos concretos de su misericordia: “Él Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados” (146,7-9). Por último, he aquí otras expresiones del salmista: “El Señor sana los corazones afligidos y venda sus heridas […] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo” (147, 3.6). Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre y una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Se trata, pues, realmente de un amor entrañable. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón”[3].

Resumiendo con el papa Francisco: “Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas… Acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor” (Sal 25). “Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor visceral. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón” (MV 6).

 

+Manuel Sánchez Monge,                       

                               Obispo de Santander

[1] PAPA FRANCISCO, Bula ‘Misericordiae vultus’ (11.4.2015)  [en adelante MV] 7

[2] BENEDICTO XVI, Homilía en la Catedral de Aosta, 24.07.2009.

 [3]PAPA FRANCISCO, Bula ‘Misericordiae vultus’ con la que convoca el Año jubilar de la misericordia, 11.4. 2015, 6.