DOMINGO DE RAMOS (14 de abril)

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Escucho y acojo la Palabra

En aquel tiempo, Jesús echó a andar delante, subiendo hacia Jerusalén. Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles: ‘Id a la aldea de enfrente; al entrar, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: ¿Por qué lo desatáis?, contestadle: El Señor lo necesita’. Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: ‘¿Por qué desatáis el borrico?’. Ellos contestaron: ‘El Señor lo necesita’. Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le ayudaron a montar. Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos. Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto, diciendo: ‘¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto’. Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: ‘Maestro, reprende a tus discípulos’. El replicó: ‘Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras’. (Lucas 19, 28-40)

El comentario me ilumina la Palabra

Este texto de Lucas, que leemos al comienzo de la Celebración de este domingo, antes de la bendición de los Ramos, nos narra la última subida de Jesús a Jerusalén. Los tres evangelistas que describen este pasaje (Mateo, Marcos y Lucas) subrayan la decisión de Jesús de elegir un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Así lo anunció Zacarías: “Mira a tu rey que viene a ti, humilde, y montado en un asno, en un pollino hijo de acémila”. El borrico es signo del Mesías humilde, representa la no violencia, la mansedumbre. Jesús con esta entrada lleva a cabo la exaltación de la sencillez, de la humildad, de la bondad, de la cercanía a los pobres. En este domingo, al comienzo de la gran semana santa, se nos invita a acompañar al Maestro en esta entrada, con palmas y ramos en nuestras manos. ¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! proclama la multitud que le ha seguido y ha visto sus milagros. Pero este rey está caracterizado, como leemos en Isaías (primera lectura de la Eucaristía) por situarse del lado de los indefensos, de los abatidos que necesitan una palabra de aliento.

Oro y contemplo la Palabra

Vuelvo sobre la lectura del texto, y me sitúo en este comienzo de la Semana Santa, mi semana santa. Jesús sube a Jerusalén, comienza el camino hacia la muerte. No solo recordamos un hecho histórico, sino un hecho de fe; hago solemne profesión de fe en que la cruz y muerte de Cristo son, en definitiva, una victoria.

– Jesús el Mesías pacífico. Que los ramos y palmas de victoria no oculten la realidad.

– Del “hosanna” al “crucifige”. A la luz de lo que aconteció a Jesús puedo preguntarme de qué lado estoy: con los que vitorean a un Mesías triunfante o con los que siguen a un Mesías sufriente. Con los que se esconden como los discípulos o se lavan las manos como Pilatos, con los que callan ante las injusticias o con los que se solidarizan con las víctimas.

– Somos llamados a participar de la Pascua de Jesús y alcanzar el reino de la libertad, de la paz y el amor.

Puedes terminar orando con el salmo 21:

Este salmo lo ponen los evangelistas en los labios de Jesús en el momento de la cercanía de su muerte. Es un salmo cargado de imágenes de gran intensidad que representan dos extremos. Recítalo lentamente mientras vas descubriendo la paradoja del sufrimiento y la gloria:

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

A pesar de mis gritos mi oración no te alcanza.

En ti confiaban nuestros padres, confiaban y los ponías a salvo.

Tú eres quien me sacó del vientre… desde el seno pasé a tus manos,

desde el vientre materno tú eres mi Dios.

Me cerca una banda de malhechores, me taladran las manos y los pies.

Ellos me miran triunfantes,

se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica.

Pero tú, Señor no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.

Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá.

Hablarán del Señor a la generación futura, contarán su justicia

al pueblo que ha de nacer: todo lo que hizo el Señor.