Los niños, adolescentes y jóvenes de hoy tienen mucha información a su alcance en todos los sentidos. También en temas de afectividad y sexualidad. Es verdad, pero hemos de reconocer que se presenta una sexualidad reducida muchas veces a genitalidad. Ahora bien, ¿estamos seguros de  que esta “facilidad” para obtener información se traduce en una formación que les lleve a madurar? Desgraciadamente la información sin una verdadera educación del corazón y de la responsabilidad puede, en algunos casos, dificultar vivir en verdad el afecto y la sexualidad.

Por lo tanto, es fundamental acompañar el camino de los niños, adolescentes y jóvenes para que aprendan a amar, para que puedan alcanzar la posibilidad en su vida de ser felices. Ayudarles a descubrir que en todo lo que hacen y buscan, a veces de modo equivocado, existe en el fondo un deseo de ser queridos y valorados; en definitiva, de encontrar a alguien que les quiera y a quien poder darse. Hemos de enseñar en la familia y en la Escuela que la sexualidad no es tanto “hacer cosas”, sino una dimensión de la persona que nos permite ser y estar en el mundo como hombres o mujeres capaces de amar y ser amados, de vivir y transmitir la vida.

A los adolescentes y jóvenes lo que más les interesa es aprender a aceptarse tal y como son, a mostrarse sin fachadas. Desean aprender a afrontar los pequeños o grandes desengaños que algunos ya experimentan, a diferenciar atracción de enamoramiento. Y necesitan saber cómo situarse adecuadamente ante el grupo de amigos y sus expectativas. Los chicos manejan un lenguaje en ocasiones distinto a las chicas, pero en el fondo, los deseos son los mismos.

Hemos de insistir en que la castidad es una virtud –es decir: una excelencia humana- que permite integrar la sexualidad en la persona y ordenarla al servicio de un amor verdadero. Es un hábito bueno que facilita ser mirados y tratados conforme a nuestra dignidad y como todo hábito se entrena en los jóvenes a través de la amistad y se vive en el noviazgo. Cuando la virginidad no se explica desde la norma que oprime, sino desde la grandeza que supone guardar la intimidad del propio cuerpo, valorar la capacidad de poseerse para, en un futuro, poder donar no sólo el cuerpo sino la vida entera en el matrimonio, el joven lo comprende. Pero es esencial educar con una mirada de misericordia. Así nos ama DiosSomos más grandes que nuestros actos, más grandes que nuestros errores y somos amados con un Amor que vence con el bien al mal. Por eso cada día se puede recomenzar. La virginidad, al ser una dimensión de la persona, puede ser recuperada y este anuncio llena de esperanza a muchos jóvenes.

No es lo mismo decir “te quiero” que decir “sí, quiero” y para comprometerse hay que madurar. Lo mismo sucede con la fidelidad. Cuando uno se enamora y comienza a salir de sí mismo descubre que tiene el deseo de “durar” que es, en definitiva, reflejo del deseo de eternidad, y tiene deseo de fidelidad. Pero un corazón fiel también se va educando en las pequeñas cosas de cada día en este tiempo precioso que es la adolescencia y la juventud.

Aunque también es cierto que, cada día más, tenemos en las aulas adolescentes y jóvenes muy heridos, que han sufrido enormemente en medio de conflictos familiares y son escépticos a una propuesta que choca con su realidad diaria y que no saben cómo integrar. Pero precisamente por eso hemos de ayudarles a sanar sus heridas y a emprender el camino del amor verdadero y fiel.

+Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Santander

Publicado en Revista LA GOLETA FAMILIAR, nº 29, junio 2019, p. 5