La Virgen María, aun siendo entre todas las criaturas humanas la más cercana a Dios, caminó día a día como en una peregrinación de la fe (cf. Lumen Gentium, 58), conservando y meditando constantemente en su corazón las palabras que Dios le dirigía, ya sea a través de las Sagradas Escrituras, o bien mediante los acontecimientos de la vida de su Hijo, en los que reconocía y acogía la misteriosa voz del Señor. He aquí, pues, el compromiso y el don de cada uno de nosotros…: escuchar a Cristo, como María. Escucharlo en su palabra, custodiada en la Sagrada Escritura. Escucharlo en los acontecimientos mismos de nuestra vida, tratando de leer en ellos los mensajes de la Providencia. Por último, escucharlo en los hermanos, especialmente en los pequeños y en los pobres, para los cuales Jesús mismo pide nuestro amor concreto. Escuchar a Cristo y obedecer su voz: éste es el camino real, el único que conduce a la plenitud de la alegría y del amor”

(BENEDICTO XVI, Ángelus, 12 de Marzo de 2006)