Fiesta de Nuestra Señora de la Merced – Centro Penitenciario del Dueso

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Nuestra Señora de la Merced es misericordia y liberación

Pedro Nolasco es un cristiano de comienzos del siglo XIII que descubre el sufrimiento de los cristianos cautivos en poder de los musulmanes y se empeña con un grupo de compañeros en conseguirles la libertad, primero utilizando su patrimonio personal y después pidiendo limosnas. Cuando les faltaba el dinero para el rescate, se obligaban a quedarse ellos mismos como rehenes. Y si no llegaba el dinero previsto para la redención de los cautivos a tiempo, estaban dispuestos a entregar su propia vida. Es inseparable en la vida de S. Pedro Nolasco, la profunda experiencia de Dios y su entrañable amor a María. El no actúa motivado exclusivamente por una compasión humana, sino que se presenta, a la vez como el rostro liberador de Dios que es Amor y de la Madre de la misericordia, que por ser Madre del Redentor, se compadece de los sufrimientos de los hermanos de su Hijo, se duele del llanto de los oprimidos. Así nació la orden religiosa de los mercedarios consagrada a María bajo su advocación de Nuestra Señora de la Merced, cuya fiesta celebramos hoy.

La devoción mariana de Nolasco se traduce en su misión de actualizar la obra de la redención: María está siempre junto al Redentor. Nuestra Señora de la Merced es misericordia y liberación. Este es el mensaje más profundo de dicha advocación. María se une, de una manera íntima y visible, a la obra redentora de su Hijo. Con su sí integral y con su vida entera vivida como ofrenda ha colaborado a la reconciliación de la humanidad con Dios. Asociada a la obra de la redención humana, vive gloriosa en el cielo, pero de algún modo continúa sufriendo en las persona de sus hijos hasta la consumación del Reino.

Una buena y hermosa noticia

María de la Merced es el modelo de una Iglesia que quiere ser liberadora de una humanidad cautiva de los demás y cautiva de sí misma. Cuando se aproxima el comienzo del Jubileo de la misericordia tengo que comunicaros de parte de la Iglesia una buena y hermosa noticia: Hay alguien que quiere a todos, también a los presos. Hay alguien que se interesa por vosotros, que camina a vuestro lado cuando lucháis por afrontar el presente con generosidad y el futuro con esperanza. Es Dios, es Jesucristo. No existe hombre o mujer alguna que tenga derecho a sentirse solo, por muy dura y dramática que sea su situación, una vez que Jesucristo se ha hecho hombre. Jesucristo es un compañero de viaje paciente, que sabe respetar los tiempos y ritmos del corazón humano, aunque no se cansa nunca de animar para seguir adelante. Meditadlo bien: Dios os quiere. A veces sé que pensáis: ‘Si yo fuera bueno, Dios me querría’. No, Dios nos quiere porque somos sus hijos y nos quiere, no porque somos buenos, sino para que lo seamos en adelante. Jesucristo no ha venido a buscar a los justos, sino a los pecadores. No ha venido a curar a los sanos, sino a los enfermos. Os lo digo una vez más con sencillez y con firmeza: Dios os quiere. Esta buena noticia os tiene que dar coraje para esforzaros en reconstruir vuestra vida, recuperar vuestra familia y vuestro trabajo, vuestra paz y vuestra dignidad. Cuando os ronde la tentación de pensar: «Soy un desastre, yo no puedo nada», recordad que hay Alguien que confía en vosotros».

Una llamada a la esperanza.

Ha dicho el papa Francisco a los jóvenes cubanos y nos vale a todos nosotros:
“Los jóvenes son la esperanza de un pueblo. Eso lo oímos de todos lados. Pero, ¿qué es la esperanza? ¿Es ser optimistas? No. El optimismo es un estado de ánimo. Mañana te levantas con dolor de hígado y no eres optimista, ves todo negro. La esperanza es algo más. La esperanza es sufrida. La esperanza sabe sufrir para llevar adelante un proyecto, sabe sacrificarse. ¿Eres capaz de sacrificarte por un futuro o solamente quieres vivir el presente y que se arreglen los que vengan detrás? La esperanza es fecunda. La esperanza da vida. ¿Eres capaz de dar vida o vas a ser un chico o una chica espiritualmente estéril, sin capacidad de crear vida a los demás, sin capacidad de crear amistad social, sin capacidad de crear patria, sin capacidad de crear grandeza? La esperanza es fecunda. La esperanza se da en el trabajo. Yo aquí me quiero referir a un problema muy grave que se está viviendo en Europa, la cantidad de jóvenes que no tienen trabajo. Hay países en Europa, que jóvenes de veinticinco años hacia abajo viven desocupados en un porcentaje del 40%. Pienso en un país. Otro país, el 47%. Otro país, el 50%. Evidentemente, que un pueblo que no se preocupa por dar trabajo a los jóvenes, un pueblo –y cuando digo pueblo, no digo gobiernos– todo el pueblo, la preocupación de la gente, de que ¿estos jóvenes trabajan?, ese pueblo no tiene futuro. Los jóvenes entran a formar parte de la cultura del descarte. Y todos sabemos que hoy, en este imperio del dios dinero, se descartan las cosas y se descartan las personas. Se descartan los chicos porque no se los quiere o porque se los mata antes de nacer. Se descartan los ancianos –estoy hablando del mundo, en general–, se descartan los ancianos porque ya no producen. En algunos países hay ley de eutanasia, pero en tantos otros hay una eutanasia escondida, encubierta. Se descartan los jóvenes porque no les dan trabajo. Entonces, ¿qué le queda a un joven sin trabajo? Un país que no inventa, un pueblo que no inventa posibilidades laborales para sus jóvenes, a ese joven le queda o las adicciones, o el suicidio, o irse por ahí buscando ejércitos de destrucción para crear guerras. Esta cultura del descarte nos está haciendo mal a todos, nos quita la esperanza. Y es lo que pedimos para los jóvenes: queremos esperanza. Esperanza que es sufrida, es trabajadora, es fecunda. Nos da trabajo y nos salva de la cultura del descarte. Y esta esperanza que es convocadora, convocadora de todos”.

Por fin, una invitación a la conversión

A todos –a vosotros y a mí- Jesús nos invita a la conversión: Jesucristo no quiere dejar a las personas y a las instituciones como están. Invita a la conversión. Los presos tenéis que cambiar. Mirándoos a vosotros mismos, mirando a la convivencia de unos con otros, pensando en vuestras familias, aprovechando las oportunidades que tenéis de convertiros en hombres y mujeres nuevos. También nuestra sociedad tiene que cambiar: esforzándose en las tareas importantísimas de prevención de la delincuencia, creando nuevas ocasiones de recuperación para cada situación personal y social, aunque aparentemente parezca irremediable. Toda la sociedad tiene que tomarse más en serio la reinserción social de los presos. Deseamos un cambio de mentalidad en las instituciones jurídicas y en las instituciones penitenciarias. Todos tenemos que cambiar de mentalidad para poner en marcha iniciativas de acogida de los presos y de creación de puestos de trabajo para su reinserción en el mercado laboral y en la sociedad. Para lograr la acogida fraterna de los presos que salen para su progresiva integración comunitaria»

La devoción a María en su advocación de la Merced no nos permite vivir de brazos cruzados, sino que nos empuja a estar disponibles para participar con ella en la liberación de los oprimidos.

                                                                     +Manuel Sánchez Monge
                                                                        Obispo de Santander