Una Cuaresma MARCADA POR LA MISERICORDIA.                                  

 Queridos hermanos y hermanas: 

La Cuaresma es como la puerta que nos introduce en el camino hacia la Pascua, nuestra fiesta principal. Un año más vamos a celebrar la muerte y resurrección de Cristo. Y hemos de prepararnos durante cuarenta días para morir y resucitar con El.

La Palabra de Dios nos dice: “Convertíos a mí de todo corazón”.

En la Bula el “Rostro de la misericordia”, el Papa Francisco nos pide que: “la Cuaresma de este Año jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios. Porque es el “tiempo oportuno para cambiar de vida, tiempo para dejarse tocar el corazón”

El mismo Santo Padre nos marca, a continuación, un verdadero programa, para poder alcanzar esa experiencia de la misericordia divina, proponiéndonos en primer lugar acercarnos a la Palabra de Dios que nos ayuda a conocer y amar al Dios compasivo y misericordioso.

        Hoy en concreto, la Palabra de Dios en primer lugar es un llamamiento fuerte a la conversión: en la primera lectura, el profeta Joel nos ha exhortado a volver al Padre “de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto (…), porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas” (Jl 2, 12-13). La promesa de Dios es clara: si escuchamos la invitación a la conversión, Dios nos mostrará su misericordia y nos colmará de innumerables favores. Con el salmo 50 que hoy era nuestra respuesta a la Palabra de Dios hemos pedido a Dios que cree en nosotros “un corazón puro”, que nos renueve por dentro “con espíritu firme”.

Luego, en el pasaje evangélico, Jesús, poniéndonos en guardia contra la carcoma de la vanidad que lleva a la ostentación y a la hipocresía, a la superficialidad y a la auto-complacencia, reafirma la necesidad de alimentar la rectitud del corazón. Al mismo tiempo, muestra el medio para crecer en esta pureza de intención: cultivar la intimidad con el Padre celestial.

2.- “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Co 5, 20).

Esta invitación del Apóstol resuena como un estímulo más a tomar en serio la conversión. San Pablo experimentó de modo extraordinario el poder de la gracia de Dios, la gracia del Misterio pascual, de la que vive la Cuaresma misma. Se nos presenta como “embajador” del Señor para recordarnos: “Dejaos reconciliar con Dios… No echéis en saco roto la gracia de Dios”.

La Cuaresma es el tiempo propicio para celebrar el Sacramento de la Reconciliación. Siempre en este encuentro con el Señor se experimenta, hasta sensiblemente, su cercanía y su misericordia. “Será para cada penitente, nos dice el Santo Padre, nos ha de dar verdadera paz interior”. El perdón de Dios no conoce límites. Siempre está dispuesto a concederlo. La indulgencia jubilar adquiere también una relevancia particular en esta “Cuaresma de la misericordia”. Porque en el sacramento de la Reconciliación Dios perdona nuestros pecados, pero queda en nosotros la cicatriz producida por ellos. La Indulgencia nos libera de todo residuo de pecado, haciéndonos crecer en su amor para no recaer. La Indulgencia nos hace partícipes de la santidad de quienes nos precedieron en la fe, de toda la Iglesia y, sobre todo, de la Virgen María y de Jesucristo Nuestro Salvador y Redentor.

3.- Un tiempo apto para practicar las obras de misericordia

El papa Francisco nos invita también a reflexionar y llevar a la práctica las obras de misericordia corporales y espirituales. Tocar la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan pan, vestidos, alojamiento, compañía, si se trata de las obras de misericordia corporales. O aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar y rezar por quienes lo necesiten, si se trata de las obras de misericordia espirituales. “Son los pobres los privilegiados de la misericordia divina”. “Será –continúa diciendo el Papa- un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (MV. 15).

En Cuaresma nos preparamos para la Pascua practicando la oración, el ayuno y la Caridad. Son tres prácticas propias de la Cuaresma estrechamente vinculadas entre sí y, por tanto, no se pueden separar. Escuchemos a San Pedro Crisólogo en uno de sus sermones: “Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente. El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica”.

No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María. Ella fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1, 48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1, 38).

                                                   +Manuel Sánchez Monge
                                                   Obispo de Santander