Ha sido frecuente en los últimos consistorios que los Papas nombren cardenales a obispos y sacerdotes mayores de 80 años que no podrán tomar parte en el cónclave, pero que ven así reconocida ante toda la Iglesia una especial trayectoria pastoral o testimonial.

En el consistorio del próximo 19 de noviembre anunciado por Francisco este domingo, el Papa impondrá el capelo a 13 cardenales electores. Y lo recibirán también tres obispos octogenarios y un sacerdote de casi 88 años (los cumple el 18 de octubre) de quien Francisco dijo, al anunciar su nombre, que «ha dado un claro testimonio cristiano».

Se trata de Ernest Simoni, cuya vida se hizo célebre tras participar, el 21 de septiembre de 2014, en un encuentro del Papa Francisco en la catedral de San Pablo en Tirana (Albania) con sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y laicos, varios de los cuales, entre ellos Simoni, contaron cómo habían mantenido viva la llama de la fe y ejercido su apostolado bajo el régimen comunista.

Al terminar su relato, el Papa abrazó, visiblemente emocionado, a Ernest Simoni, en unas imágenes que dieron la vuelta al mundo.

Ernest Simoni nació el 18 de octubre de 1928 en Troshani, un pueblo a pocos kilómetros de Scutari, en el seno de una familia profundamente religiosa. A los 10 años entró en el colegio que regentaban los franciscanos, iniciando posteriormente allí la etapa formativa para ingresar en la orden.

En 1948, en el momento álgido de la persecución religiosa emprendida por el régimen comunista que encabezaba Enver Hoxha, el convento fue saqueado y transformado en centro de torturas para los detenidos. Todos los frailes fueron fusilados y a los novicios se le expulsó.

Simoni tenía 20 años y fue enviado por el régimen como profesor en una aldea de las montañas, donde utilizó su puesto de maestro para una obra misionera y evangelizadora. Entre 1953 y 1955 hizo el servicio militar, luego concluyó en secreto los estudios de teología, y el 7 de abril de 1956 fue ordenado sacerdote clandestinamente en Scutari. Por obediencia al obispo se incardinó en la diócesis de Scutari, aunque su corazón seguía siendo franciscano.

El 24 de diciembre de 1963, después de la Misa de Navidad, fue detenido y conducido a una celda de aislamiento en la cárcel de Scutari. Fue condenado a muerte, siéndole conmutada la pena por 25 años de trabajos forzados.

Durante sus 18 años en prisión (12 de los cuales trabajando en una mina) se convirtió en referencia espiritual para sus compañeros de cautiverio. En 1973 fue condenado de nuevo a muerte acusado de provocar una revuelta, pero el testimonio a su favor de los carceleros evitó el cumplimiento de la pena.

Tras su liberación en 1981, como seguía siendo considerado “enemigo del pueblo”, fue obligado a trabajar en las alcantarillas de Scutari. Él siguió ejerciendo su ministerio sacerdotal clandestinamente hasta la caída del régimen comunista en 1990.

Desde entonces continuó su apostolado como simple sacerdote en varios pueblos, procurando reconciliar a muchas personas ansiosas de venganza. Su propia vida era y ha seguido siendo el mejor testimonio para llevar la paz a los corazones.