♦ Texto para la oración
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: ‘Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella’.
Jesús les contestó: ‘En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.
Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jaco. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos’. (Lucas 20, 27-38)

♦ Comentario al texto
El evangelista Lucas sitúa la escena: los saduceos se enfrentan a Jesús con una pregunta que en su trasfondo lleva la negación sobre la resurrección, en la que los saduceos no creían, como dice el texto. Con su pregunta capciosa, no solo buscan desacreditar a Jesús, sino que también intentan justificar una forma de vida distante a la que Jesús anuncia y testimonia. La respuesta que da Jesús pone de manifiesto su certeza: No es Dios de muertos, sino de vivos. Y esta ha sido la fe de Moisés, la misma de Abraham, de Isaac y de Jacob. El Dios por quien Jesús apuesta es el Dios vivo de la vida, que ama la vida y llama a la vida. En este mismo domingo, en la primera lectura del Libro de los Macabeos hemos leído: ¿Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará?. Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.

♦ Oración con el texto
Comienzo la oración: Durante esta semana puedo centrar mi oración en un acto de fe, como proclamamos en el credo: Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Cada día de la semana cuando lea de nuevo esta Palabra, proclamada el domingo, vuelvo a hacer esta confesión pidiendo que mi vida exprese esto que confieso: la fe en la resurrección.
Voy meditando serenamente sobre el texto
-Nos invita el texto a unas relaciones nuevas y del todo diversas que ya deben comenzar aquí si verdaderamente queremos ser testigos de la resurrección, unas relaciones de amor que anticipan la felicidad que Jesús promete: son hijos de Dios… y no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.
En el nuevo modo de vida no habrá leyes de dominio, de dependencia de varón y mujer, porque las relaciones son de acogida total, como es la vida de Dios.
-Jesús está afirmando también que las relaciones entre los creyentes, ya hoy, han de generar vida, respeto e igualdad: felices aquellos que construyen ya, en su realidad humana, la realidad definitiva.
La vida es un movimiento de acceso a la plenitud que no conoce límites, que crece en la forma, que vive del Espíritu y no tiene fin.
Termino la oración con una súplica:
Tu vida, Jesús, es nuestro camino:
no hay miedo al Dios que nos ama siempre;
queremos, como tú, confiar y responder
a ese amor sin medida.

En el Año de la Misericordia
Nosotros, que hemos tenido la gracia de recibir esta Palabra de Vida, estamos llamados a ir, a salir de nuestros recintos y, con ardor en el corazón, llevar a todos la misericordia, la ternura, la amistad de Dios.
(Homilía Papa Francisco. 21 marzo 2015)