♦ Texto para la oración
“Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó a sus discípulos, diciendo: ‘id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto’. Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: ‘Decid a la hija de Sion: Mira a tu rey que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila’. Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino, algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: ‘¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Viva el Altísimo!’ Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: ‘¡Quién es este!’ La gente que venía con él decía: ‘Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea” (Mt 21, 1-11)

♦ Comentario al texto
Es la última subida de Jesús a Jerusalén. Los tres evangelistas que describen este pasaje (Mateo, Marcos y Lucas) subrayan la decisión de Jesús de elegir un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Así lo anunció Zacarías: “Mira a tu rey que viene a ti, humilde, y montado en un asno, en un pollino hijo de acémila”. El borrico es signo del mesías humilde, representa la no violencia, la mansedumbre. Jesús con esta entrada lleva a cabo la exaltación de la sencillez, de la humanidad, de la bondad, de la cercanía a los pobres. Otros signos de esta fiesta son las palmas con las que el pueblo saluda la entrada en Jerusalén del Maestro. Que también nos hablan de martirio y testimonio. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! proclama la multitud que le ha seguido y ha visto sus milagros. Pero este rey está caracterizado, como leemos en Isaías, por situarse del lado de los indefensos, de los “abatidos” que necesitan una palabra de aliento.

♦ Oración con el texto
– Vuelvo sobre la lectura del texto, y me sitúo en este comienzo de la Semana Santa, mi semana santa. Jesús sube a Jerusalén, comienza el ascenso hacia la muerte. No solo recordamos un hecho histórico, sino un hecho de fe; hago solemne profesión de fe en que la cruz y muerte de Cristo son, en definitiva, una victoria.
– Jesús el Mesías pacífico. Que los ramos y palmas de victoria no oculten la realidad.
– Del “hosanna” al “crucifige”. A la luz de lo que aconteció a Jesús puedo preguntarme de qué lado estoy: con los que vitorean a un Mesías triunfante o con los que siguen a un Mesías sufriente. Con los que se esconden como los discípulos o se lavan las manos como Pilatos, con los que callan ante las injusticias o con los que se solidarizan con las víctimas.
– Seguimos llamados a participar de la Pascua de Jesús y alcanzar el reino de la libertad, de la paz y el amor.
Puedes terminar orando con el salmo 21:
Este salmo lo ponen los evangelistas en los labios de Jesús en el momento de la cercanía de su muerte. Es un salmo cargado de imágenes de gran intensidad que representan dos extremos. Recítalo lentamente mientras vas descubriendo la paradoja del sufrimiento y la gloria:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
A pesar de mis gritos mi oración no te alcanza.
En ti confiaban nuestros padres, confiaban y los ponías a salvo.
Tú eres quien me sacó del vientre… desde el seno pasé a tus manos,
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
Me cerca una banda de malhechores, me taladran las manos y los pies.
Ellos me miran triunfantes,
se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.
Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá.
Hablarán del Señor a la generación futura, contarán su justicia
al pueblo que ha de nacer: todo lo que hizo el Señor.

En el año de la MISERICORDIA
Misericordiosos como el Padre. Para ser capaces de misericordia debemos, en primer lugar, colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. (Papa Francisco. MV 13)