SANTA MARÍA EN EL MES DE MAYO

Queridos diocesanos:

“Los hombres de nuestro tiempo –nos decía San Juan Pablo II-, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo hablar de Cristo sino, en cierto modo, hacérselo ver… Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros que contemplan su rostro” (NMI 16). Pero, ¿quién nos puede enseñar a contemplar el rostro de Cristo mejor que su propia Madre, Santa María? Al comenzar este mes de mayo, acojamos en nuestra vida a la Virgen. Ella es el ser humano que conoce mejor a Jesús. Y, por tanto, en su cercanía aprenderemos a contemplar el rostro del Verbo de Dios que se hizo carne, con el estilo y a la manera que Ella lo hizo.

No sólo hemos de hablar de Cristo a los hombres de nuestro tiempo, hemos de hacérselo ver. Esto, necesariamente, nos lleva a los cristianos a contemplar al Señor, a vivir con El y en El. Hacer esto acompañados y ayudados por María es algo maravilloso. Y se convierte en una necesidad porque ya desde el inicio quiso Jesús que su Madre estuviera a su lado y al lado de los hombres. En aquel joven san Juan, estaban todos los hombres y mujeres de la humanidad de todos los tiempos. Y para todos nosotros fueron dichas aquellas palabras: “ahí tienes a tu Madre”. Nos dice el Evangelio que “desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa”. Desde entonces, todos los cristianos tenemos un compromiso: acoger en nuestra casa, es decir en nuestra vida, a María.

Santa María tiene que convertirse en espejo y escuela de los que quieren acoger en sus vidas a Jesucristo. Porque supo poner toda su persona al servicio de Jesucristo. Porque puso su vida desde el mismo comienzo al servicio de la Iglesia. Porque, manteniendo un diálogo constante con Dios, dialoga también constantemente con los humanos. Convirtámonos, como Ella, en testigos y apóstoles. María con su “sí” a Dios prestó la vida para dar a Dios rostro humano y en presencia de Jesús dijo a los hombres: “Haced lo que Él os diga”. “Será muy difícil que la fe llegue a los corazones mediante simples disquisiciones o moralismos, y menos aún a través de genéricas referencias a los valores cristianos. El llamamiento valiente a los principios en su integridad es esencial e indispensable; no obstante, el mero enunciado del mensaje no llega al fondo del corazón de la persona, no toca su libertad, no cambia la vida. Lo que fascina es sobre todo el encuentro con personas creyentes que, por su fe, atraen hacia la gracia de Cristo, dando testimonio de Él” (Benedicto XVI en Fátima, 2010)

La contemplación consiste en “revivir en nuestro interior las escenas de la vida, pasión y muerte de Jesús, viendo, oyendo y atendiendo a todos los detalles, como si fueras a dar testimonio de ello a su Madre” (Ludolfo de Sajonia). Se trata de contemplar a una Persona presente a la que nos acercamos en la fe por medio del afecto. Es convivir cercanamente con Jesús y revivir desde dentro de Él lo que siente cuando vive entre la gente o ante su Padre o cuando habla o actúa. Y todo ello en presencia de María.

«Seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario (…) Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros», les dijo Benedicto XVI a los jóvenes en Madrid. No se afronta esta empresa solos, sino en compañía. Cristo Resucitado está espiritualmente presente, toca los corazones y los transforma. Debemos tener la valentía de no encerrarnos en una posición pasiva o de defensa, sino abrirnos a los hermanos, entregando el Evangelio a cuantos todavía no lo conocen o, habiéndolo conocido, se han alejado o lo han olvidado.

«Hagámoslo –como nos pedía Pablo VI en la Evangelio nuntiandi nº 80- con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir…Y ojalá que el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda recibir de esta manera la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo…»

Con afecto, os bendice

+Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Santander