«Afanyeu-se a perdonar».- Llamaron a la puerta a altas horas de la madrugada del 28 de agosto. María, su esposa, preocupada, tuvo la intención de abrir la puerta. Saltó de la cama y se dispuso a vestirse deprisa. Arturo se le adelantó. Ella quedó asomada en la puerta entreabierta del dormitorio. Abrir la puerta de la calle y abalanzarse rápidamente sobre él, todo fue una misma cosa. Lo maniataron, Arturo, muy tranquilo, trató de hacerles reflexionar para que desistieran y cambiaran sus intenciones. Ya en la calle, transcurrieron breves instantes junto a la ventana de la habitación durante el entrecortado e imposible diálogo. La sentencia estaba echada. Luego se lo llevaron… Arturo, una vez subieron al coche los otros compañeros, les hizo una breve reflexión sobre su suerte inmediata y que era el momento de prepararse para ello. «Vamos a recibir el bautismo de sangre», Ies dijo. Luego se ensimismó, llegando a la misma transfiguración. Así hasta el lugar del suplicio. Ya no pronunció ni una palabra más… Fue en la madrugada del 28 de agosto. Viernes. El último y más importante de su vida. Viernes de dolor y de muerte. Viernes de martirio. Al igual que Cristo, entregó, sin resistencia, su vida al Padre el Viernes Santo en el Gólgota. Así Arturo, en su Gólgota personal, en el horno de cal, entregaba su vida, perdonando… La verdad es que, como los que llevaron a Cristo a la Cruz, éstos, tampoco sabían lo que hacían… Al exhortar a sus compañeros a que se preparasen a recibir «el bautismo de sangre», Arturo confesaba que el martirio no sólo es la expresión más alta del amor a Dios, sino también que en él se realiza de manera real Io que en el bautismo acontece a modo de signo sacramental. Morir juntamente con Cristo para resucitar con Él. (Del libro «Arturo Ros Montalt 1901-1936» escrito por D. Honorato Ros Llopis).
Afanyeu-se a perdonar, fue el consejo y la enseñanza insistente de Arturo a su esposa y a sus hijos. Arturo Ros Montalt, abuelo paterno de Arturo Ros Murgadas, fue beatificado por San Juan Pablo II en Roma el 11 de marzo de 2001. EI lema episcopal, «Properate ad veniam oferre» – » Afanyeu-se a perdonar» iluminador del mismo escudo, no quiere ser una mera evocación o recuerdo, más bien trata de un proyecto de vida: vivir el perdón y la misericordia, ser testigo del amor misericordioso del Padre, ser profeta de amor y de esperanza, ser cauce de reconciliación y de caridad. Proyecto de vida imposible sin el alimento necesario que es la Eucaristía y sin la intercesión y protección de la Virgen María. De ahí el sentido y la explicación de las partes del escudo episcopal.
El cuartel derecho del escudo, evoca la Eucarista, con la custodia y la palma del martirio. «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mi» (Jn 6, 54-57). Es la mejor expresión del deseo de la entrega y de la vida y del sentido del episcopado de Arturo Ros. La vivencia eucaristica en su pueblo natal, Vinalesa, la «Minerva», y la pertenencia de su familia a la antiquísima Cofradía del «Santísimo Sacramento», han marcado siempre la trayectoria del nuevo obispo.Es como un sello de fuego grabado en el alma por el que la Eucarista siempre ha sido el centro de su vida y quiere hacer de su vida una existencia eucarística.
El cuartel izquierdo del escudo evoca el apellido Ros. En campo de oro, ocho rosas de gules puestas en dos palos. En heráldica, gules, usado siempre en plural, es la denominación del color rojo vivo. Pero también hay una lectura simbólica en esta parte del escudo. Se refiere a la «rosa del cielo escogida». Es María, la Madre de Jesús. Así rezan los gozos a la Santisima Virgen del Rosario, patrona de Vinalesa, «Vos sois la rosa mejor que destierra nuestro mal». Esta hermosa advocación, presente desde la infancia en la vida de Arturo Ros, la de la «mujer orante», acompaña la vida sacerdotal del nuevo obispo experimentando siempre la caricia maternal de la Madre del Cielo a la que ama y venera como hijo pobre y pequeño.
Así de sencilla es la explicación del escudo episcopal de Arturo Ros Murgadas, queriendo reflejar en él su pasado, su presente y su futuro que no es otro que el fiel y firme compromiso de ser un buen pastor.