A dos días de celebrarse la fiesta de Santo Toribio de Liébana, obispo de Astorga, se pone el broche o cierre al Año Santo, cuya apertura fue el pasado 16 de abril, celebrado con el motivo tradicional de que su fiesta coincida en Domingo.

Este jubileo ha sido el primero celebrado tras la pandemia. Nos deja unas cifras comedidas de visitantes, pero un aumento de peregrinos a pie –aunque la red de albergues necesite una ampliación, como trasladan numerosos peregrinos–.

El día ha acompañado en lo meteorológico y muchos peregrinos esperaron para acceder y ocupar un lugar en la pequeña nave del interior del monasterio. Aunque muchos han tenido que seguir la Misa desde la explanada del Monasterio, salvaguardados por el parasol instalado hace algunos años santos ya.

Más suerte han tenido los que madrugaron esta mañana –previsores porque había que atravesar el Desfiladero, en el que avanzan las obras de ampliación de la calzada– y que pudieron acceder sin problemas, solo esperando a que entrasen todos los celebrantes y autoridades al sonar jubilosas también las campanas.

Así como la apertura es siempre ocasión de promesas y previsiones, la clausura es momento de balance y de ajustar a la realidad lo que se soñó. Y sin desalientos ni tiempo para el desánimo, esta ocasión se cierra, pero ya se está pensando en el próximo: el 16 de abril del 2028.

En esta ocasión acompañaron a nuestro Obispo, D. Arturo, el Arzobispo de Oviedo, D. Jesús, y los Obispos de León y Astorga con sus vicarios generales. También los Obispos eméritos de Santander, Palencia y Madrid.

D. Arturo, ha aprovechado su primera homilía en el jubileo de Santo Toribio, para agradecer la presencia de todos los peregrinos y también de aquellos que desde sus casas se unían a esta Misa, personas enfermas, entre los que quiso recordar a los sacerdotes mayores, que siguen desde las residencias este acontecimiento diocesano.

Tras los saludos protocolarios, a las autoridades civiles y eclesiásticas, D. Arturo dio las gracias a la orden franciscana, “veladores, custodios de este lugar que, en su bondad y su servicio, hacen posible que Santo Toribio abra las puertas permanentemente al mundo.”

Tomando como base las lecturas pascuales, nos invitó a abrir “el corazón y nuestros ojos creyentes a la realidad pascual que nos invita a ser más nosotros mismos, a vivir como auténticos hijos de Dios en el Hijo, para no caer en el miedo ni en el temor sino vivir en la confianza de los que se saben amados y salvados.”

Siguió desgranando su homilía apuntando a la similitud que tenemos con los apóstoles: “Jesús nos interpela: ¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro corazón? Nos preguntamos… ¿nos ocurre lo mismo a nosotros?”

E invitó a descubrir no solo ese desconcierto inicial, sino la imitación de sus actitudes: «Al ver en sus llagas los signos de su amor y de su victoria los discípulos no pueden olvidar nunca que su pasión está en el origen de la paz y la alegría que ahora les aporta. Sí, Jesús está entre nosotros, es el centro, el punto de referencia de la comunidad cristiana. Él es la vid en que se insertan los sarmientos, si quieren tener vida. Pues solamente cuando la comunidad está centrada en Jesús –y solamente en Él– puede recuperar la paz, superar los miedos, llenarse de una intensa alegría, sentir el aliento de Jesús sobre ella –¡Abrid las puertas y salid hacia el mundo!– porque se siente enviada a prolongar la misma misión de Jesús.”

Por si no hubiese quedado claro, ha querido que todos pudiésemos “hacer la experiencia personal de Jesús presente y vivo en ti. Por más que te lo describa, si no lo has encontrado en un contacto vivo, íntimo, mis palabras no son más que bronce que resuena. ¿Crees que se puede hablar de Jesucristo sin vivirlo y experimentarlo por dentro? No te quedes fuera del suceso relatado por el Evangelio. En el centro de la narración, como en el centro de la vida, está siempre la persona de Jesús y su misterio.”

Los jóvenes de la Pastoral Juvenil participaron de la Misa, tras celebrar un encuentro y caminar los últimos kilómetros que les separaban de Camaleño.

  • “En este monasterio […] se proclama y celebra el centro de la fe cristiana Jesucristo crucificado, muerto y resucitado. En el centro Jesús. La reliquia está al servicio de la trasmisión del kerygma cristiano.» Algo que ya adelantaría D. Arturo hace una semana, participando en la entrega de la sexta edición de los premios Beato.

D. Arturo ha querido terminar su homilía recordando dos detalles: el primero, que «el crucifijo, en este caso la reliquia de la Cruz, son expresión de la fe en Jesucristo y del sentido salvífico de su muerte y resurrección, de la misericordia… La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que viva y testimonie en primera persona la misericordia. La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor que llega hasta el perdón y el don de uno mismo, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante todos. […] Donde la Iglesia esté presente debe estar presente la misericordia del Padre.”

El segundo detalle giró sobre la motivación de la entrega de Cristo, por cada persona: «Una vida entregada es vida verdadera y produce vida. También lo será nuestra entrega: producirá vida. Y Dios, en su generosidad, nos hará participar en la victoria del Resucitado. […] Cada persona es digna de entrega […] porque es obra de Dios. […] Jesucristo dio su preciosa sangre en la Cruz por esa persona. Cada uno es inmensamente sagrado.»

Unámonos a la acción de gracias a la que nos invitaba nuestro Obispo, que será el mejor modo de preparar y disponerlo todo, tras el veranos, para comenzar a preparar el próximo: «La celebración de los años jubilares ha hecho de este lugar un centro de peregrinación. […] Hoy al clausurar este año jubilar damos gracias por todas las gracias recibidas y por el gozo que ha supuesto para este Iglesia que peregrina en Cantabria y Mena.»