DOMINGO 27 DEL TIEMPO ORDINARIO (Día 8 de octubre)

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Vemos que, en estos domingos, Jesús dirige su enseñanza a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. Este domingo leemos una de las parábolas más audaces que Jesús dirige a los dirigentes del pueblo. La viña es imagen del pueblo. Los responsables –labradores- están obligados a cuidarla y en su lugar han maltratado y apaleado a cuantos enviaba el dueño de la viña. En definitiva buscando quedarse con la herencia.

►Escuchar y acoger la Palabra
“En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: ‘escuchad otra parábola. Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados… e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciendo: tendrán respeto a mi hijo. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: Este es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?’ Le contestaron: ‘Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a su tiempo’. Y Jesús les dice: ‘¿No habéis leído nunca en la Escritura: la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular…? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”. (Mt 21, 33-43)

►Pensar la Palabra
La imagen de la viña, metáfora tan usada para referirse al pueblo de Israel, aparece ya en la primera lectura de este domingo, y pone de relieve el compromiso de Dios para con su pueblo. El texto del evangelio nos dice: arrendará la viña a otros labradores… a un pueblo que produzca sus frutos. El evangelista pone delante de nuestros ojos, por una parte a la persona de Jesús, Él es el Hijo que será rechazado. Jesús está en Jerusalén, y se dirige a los sumos sacerdotes, a las autoridades del pueblo que tendrán tanta responsabilidad en su futuro. Por otra parte pone de relieve la llamada a la comunidad, a nuestra comunidad: nuevo pueblo de Dios, a dar fruto; las obras de amor, el ser sal y luz del mundo, esto es lo que identifica al nuevo pueblo de Dios.

►Orar y contemplar la Palabra
¡La Palabra de Dios es viva y eficaz, es alimento del alma!
¿Qué palabra quieres pronunciar sobre mí, Señor? Deseo dejarme llevar por tu Espíritu. Repito, una y otra vez, desde el fondo de mi corazón: Lo que quieras de mí, Señor.
¿Qué quiere decirme a mí personalmente esta parábola y a nosotros como comunidad, nuevo pueblo de Dios?
Ciertamente es una llamada a los encargados de cultivar la viña que no han respondido a lo que el amo les pedía.
– ¿Cómo participo yo en el proyecto de Dios, en el cultivo de esta viña, desde el encargo que tengo en la comunidad, en mi realidad cotidiana? Desde lo concreto de mi familia, mis amigos, mi vecindad, mi comunidad parroquial, mis compañeros y compañeras de trabajo…
– ¿Me comprometo en el proyecto de Dios de una creación para todos, de hacer del mundo una casa común y de cuidar de ella?
– ¿Respondo a las expectativas de Jesús de producir frutos de libertad, de amor, de perdón, de misericordia o busco más el poder y la seguridad?
Pablo, en su carta a los filipenses, nos invita a no sucumbir, “sino que en la oración, presentando a Dios nuestras peticiones”, nuestra debilidad, vivamos con la seguridad de que el Dios de la paz estará con nosotros.

►Actuar desde la Palabra
La parábola nos obliga a hacernos graves preguntas:
¿Somos ese pueblo nuevo que Jesús quiere, dedicado a producir los frutos del reino o estamos decepcionando a Dios? ¿Vivimos trabajando por un mundo más humano? ¿Cómo estamos respondiendo desde el proyecto de Dios a las víctimas de la crisis económica y a los que mueren de hambre y desnutrición en África?
¿Respetamos al Hijo que Dios nos ha enviado o lo echamos de muchas formas «fuera de la viña»? ¿Estamos acogiendo la tarea que Jesús nos ha confiado de humanizar la vida o vivimos distraídos por otros intereses religiosos más secundarios?
¿Qué hacemos con los hombres y mujeres que Dios nos envía también hoy para recordarnos su amor y su justicia? ¿Ya no hay entre nosotros profetas de Dios ni testigos de Jesús? ¿Ya no los reconocemos?
Durante la semana intento vivir consciente de esta llamada, dando respuesta concreta a estas preguntas.