Un año más celebramos la fiesta de la Virgen del Carmen, tan arraigada en nuestra diócesis de Santander y fiesta marinera por excelencia. El lema de este año es: “La gente de la mar reclama nuestra atención”, nos invita a todos a prestar atención y ofrecer nuestras plegarias por las personas que con su esfuerzo sacrificado en los trabajos de la mar enriquecen a la sociedad y, por ello, les debemos estar agradecidos.
De vez en cuando saltan a primeras noticias tragedias marineras ocurridas en España o en otros lugares. No pueden ser sucesos a los que prestemos una atención momentánea y que susciten sólo una solidaridad a corto plazo. Las dificultades y luchas que la honrada gente marinera debe afrontar no deben quedar en el olvido, sino que hay que mantener la mirada atenta y el corazón dispuesto para que este servicio sea tratado permanentemente en justicia, sobre todo en los casos más vulnerables. Son muchas las situaciones de dificultad y dolor que implica el mundo de la pesca. A las irrenunciables del duro trabajo, de la separación de las familias, de la numerosa cantidad de emigrantes trabajando en este ámbito, del peligro aparejado al mundo de la mar…, se suman las que son fruto de la injusticia, como la falta de salarios dignos, la ausencia de sistemas de comunicación que permitan acortar las distancias físicas con los seres queridos, y otras particulares que constituyen verdaderos atentados a la dignidad de la persona, como trabajos que se acercan a descripciones más propias de la esclavitud o incumplimiento de las condiciones estipuladas en un contrato.
La Iglesia, lejos de ser insensible, vive una profunda preocupación ante estas realidades. La Doctrina Social de la Iglesia contiene desde el más puro espíritu evangélico respuestas adecuadas para ello, que nos hacen vivir nuestra fe unida a un compromiso serio por la dignidad humana en cuanto que todos somos hijos de Dios. Pero las respuestas no son solo estructurales, sino que la Iglesia ha de hacerse visible y cercana a través de muchos cauces entre los que destaca la realidad de la parroquia: «comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero» (EG 28)”. La parroquia cumple su vocación gracias al esfuerzo de toda la comunidad que abre sus puertas a los que se acercan a ella para que puedan sentir el calor de un «segundo hogar», por distante que pueda estar del propio. No olvidemos que «la comunión eclesial, aun conservando siempre su dimensión universal, encuentra su expresión más visible e inmediata en la parroquia. Ella es la última localización de la Iglesia; es, en cierto sentido, la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas» (ChL 26). Es necesario que todos volvamos a descubrir, por la fe, el verdadero rostro de la parroquia; o sea, el «misterio» mismo de la Iglesia presente y operante en ella.
Nos inspira como siempre la solicitud amorosa de la Virgen del Carmen, que nos indica el seguimiento de Cristo y su servicio, también en este caso, a la gente de la mar.
+Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Santander