UNAS PALABRAS PARA LA ESPERANZA

 

Queridos diocesanos:

Esta carta la escribo con tristeza, dolor y vergüenza por el sufrimiento de las víctimas de abusos sexuales, pero sin perder la esperanza. Es muy doloroso y vergonzante que padres que confiaron sus hijos a sacerdotes esperando un comportamiento respetuoso y evangélico, hayan sufrido humillaciones y actos degradantes. Hemos de hacer nuestro el dolor de las víctimas que necesitan la compañía y el apoyo que lamentablemente como Iglesia no supimos darles de manera oportuna y adecuada y exigen con razón un camino de búsqueda de verdad, de justicia y de reparación.

Los abusos sexuales por parte de personas consagradas son la negación misma del estilo de vida que nos propuso Jesús, de la misión de la Iglesia y de lo que creyentes y no creyentes esperan de un sacerdote, religioso, obispo o cardenal. Quienes abusaron nunca debieron haber ingresado en el Seminario y menos haber sido ordenados. Hay que mantener la tolerancia cero como nos piden los últimos Papas. Pero hacer creer que la pederastia sólo se da en el clero es falso e injusto: estadísticas fiables aseguran que el 80% se da en las familias y el 3% en la Iglesia, el resto en el ámbito del deporte y de la educación.

Por otra parte, estos hechos tan lamentables nos obligan a revisar y mejorar la educación afectivo-sexual de nuestros seminaristas. Buena parte de los abusos se han producido donde se daban relaciones de prepotencia basada en el carácter sagrado, como es el caso del clericalismo, que han desfigurado a la Iglesia y han hecho mucho daño. Hoy es necesario recordar las palabras de San Pablo cuando nos dice que llevamos un tesoro, Jesucristo y el ministerio sacerdotal, en vasijas de barro que somos nosotros. Y también las palabras y el ejemplo de Jesús que nos manda servir y no ser servidos.

Todo esto ha provocado la crisis que estamos viviendo, que no es superficial, sino profunda, porque atraviesa muchas estructuras eclesiales. La Iglesia entera está sometida a una dura prueba. La conversión a la que se nos invita ha de ser radical y para eso necesitamos la ayuda del Espíritu Santo. Para lograrlo estamos seguros de que Dios nos dará su gracia, porque para Él no hay nada imposible. Las humillaciones son dolorosas, pero hemos sido salvados por la humillación del Hijo de Dios, y las heridas de Cristo nos dan fuerza.

Dios escribe recto con renglones torcidos

Como Dios sabe escribir recto con renglones torcidos, este tiempo, en medio del mucho dolor, ha abierto el camino hacia la verdad. Estamos convencidos de que las medidas a corto, medio y largo plazo que el papa Francisco está tomando lograrán alcanzar lo que la Iglesia ha de ser siempre: un hogar donde se cuida a todos y de modo particular a los más vulnerables, y se les ayuda a crecer en la fe, en la esperanza, y en el amor a Dios y al prójimo.

Espero que estas reflexiones ayuden a realizar mejores y más profundos discernimientos del momento eclesial que estamos viviendo, para lograr así que la misión evangelizadora que estamos llevando a cabo, toque el corazón y la vida de las personas y de nosotros mismos, y sea fermento de una nueva etapa evangelizadora en la Iglesia, hoy llagada, a la que pertenecemos y amamos. Una Iglesia que cuenta con innumerables sacerdotes declarados santos a lo largo de la historia y un buen número de sacerdotes mártires. Pongo un ejemplo: acabamos de clausurar la fase diocesana del Proceso de beatificación y canonización de 79 mártires del siglo XX encabezado por el párroco de Santoña al que siguen 66 sacerdotes más. Todos ellos murieron dando un testimonio de fe maravilloso y perdonando a sus enemigos. El martirio no se improvisa.

Tampoco podemos olvidar los rostros de tantos laicos, diáconos, religiosos y religiosas, sacerdotes y obispos que día a día siembran el Evangelio, viven su fe con gran ardor misionero y son grandes testimonios de vida, de esperanza y de amor al prójimo. Es hora de agradecerles públicamente su esfuerzo y dedicación. Es mucho el bien que hace la Iglesia en nombre de Cristo, especialmente entre las personas más pobres y postergadas de la sociedad. Obviamente que esto no justifica, bajo ningún punto de vista, el mal hecho. Pero ese bien ahí está y es luz para la sociedad y fuente de esperanza en el futuro.

Nuestra tarea es fomentar frente a la cultura de la muerte una cultura de la vida, del arrepentimiento, de la misericordia y del perdón. Y frente al delito, porque algunos pecados de sacerdotes son también delitos, la denuncia, el juicio y la sanción. Que “la cultura del abuso no encuentre espacio para perpetuarse” (Francisco). A los Tribunales de Justicia eclesiásticos y civiles les corresponde la potestad de imponer sanciones por la comisión de delitos penados por las legislaciones vigentes. Debemos cumplir la ley porque no estamos por encima de la normativa que rige en nuestro país. Pero no se puede omitir la presunción de inocencia porque de la omisión se pueden seguir males irreparables.

Ahora bien, con el mismo celo con que colaboramos para que se esclarezca la verdad y se haga justicia, en el caso de denuncias contra obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos, hemos de colaborar para restituir la honra de las personas, en el caso en que se declare su inocencia. Porque cuando alguien ha sido condenado en los tribunales mediáticos es muy difícil que recuperen su dignidad echada por tierra.

Cristo es nuestra esperanza

La Iglesia está llagada, usando las palabras del Papa Francisco. Ello nos debe llevar a ser más humildes y sencillos, y a comprender y acompañar mejor los dolores de los demás. Una vez que la verdad surja – la verdad nos hace libres (cf. Jn 8,32)- y se haga justicia respecto a quienes han sufrido abusos, y se afirme con claridad que no hay espacio en la vida consagrada para quienes abusan de menores, podremos mirar el futuro con esperanza. Será el tiempo de poner más atención en el Resucitado que en nosotros mismos. La penitencia y la oración nos ayudarán a sensibilizar nuestro corazón ante el sufrimiento ajeno y a vencer el afán de dominio y posesión que muchas veces se vuelve raíz de estos males. Volver a las raíces mismas de la vida evangélica según el estilo de Jesús, estar cerca de los pobres y vivir con alegría la fe recibida, genera una corriente nueva en el interior de la Iglesia. Vivamos con renovado ardor las Bienaventuranzas. Para ello es fundamental pedirle a Dios la gracia de ser mansos y humildes de corazón.