DOMINGO 3º DE  ADVIENTO (16 de diciembre)

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Escuchar y acoger la Palabra

En aquel tiempo la gente preguntaba a Juan: ‘¿Entonces qué tenemos que hacer?’. El contestaba: ‘El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo’. Vinieron también a bautizarse unos publícanos y le preguntaron: ‘¿Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?’. Él les contestó: ‘No exijáis más de lo establecido’. Unos militares igualmente le preguntaban: ‘¿Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?’. Él les contestó: ‘No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga’. Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: ‘Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; Tiene en la mano la horca para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga’. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia. (Lc 3, 10-18)

Iluminar la Palabra

Nos quedábamos el domingo anterior con las palabras de Juan llamando a la conversión y transformación personal por el amor. Y continúa Lucas descubriéndonos cómo cada uno, según el lugar que ocupa y su tarea, ha de responder de una manera. Todos se acercan a él con una pregunta: ¿Y nosotros qué tenemos que hacer? Hay una llamada general a todos a compartir lo que tienen con los demás. A los recaudadores de impuestos, les pide que no cobren más de lo debido, aprovechándose de su situación. Es decir, les habla de justicia en su trabajo. A los soldados les pide que se contenten con lo que ganan con su trabajo sin extorsionar a nadie. Es decir, les habla de honradez. Es también un mensaje de esperanza el que nos quiere comunicar, viene el que puede más que yo: lo mejor está por llegar.

Orar y contemplar

Vuelvo sobre las palabras del Bautista, fijándome en esta primera parte del texto evangélico. Y me pregunto con qué grupo puedo identificarme yo. Y con un sentido profundo de deseo de conversión, digo como aquella gente: ¿entonces yo qué tengo que hacer?

*¿Cómo comparto de lo que tengo con aquellos que lo necesitan?

*¿Cómo vivo la justicia con las personas que están a mi servicio? *¿Cómo son mis exigencias para con los demás?

*¿Deseo más de lo que tengo y recibo?

El texto evangélico me hace una llamada a revisar mis actitudes. Éste es el modo de preparar el camino al Señor, de vivir un Adviento de conversión, y de esperanza, porque el Señor está cerca. La conversión ha de verse en el fruto de las obras.

Actuar desde la Palabra

Durante la semana, cada día, pido al Señor luz para ver qué es lo que me pide a mí y repito ante Él una y otra vez: Y yo qué tengo que hacer para que mi vida sea un adviento, una espera confiada en Ti, Señor, que ya estás cerca, aquí, en medio de nuestra historia personal y colectiva. Señor, ¿qué tengo que hacer?