Así despedía, antes de dar la bendición con que concluía la celebración, nuestro Obispo, D. Arturo. Además, aseverando que es algo «que merece la pena» y que «estará vigilando» que así lo hagan. Lo que encendió la alegría y despertó la sonrisa cómplice de todos los miembros de la vida consagrada asistentes.

En la tarde de ayer comenzaba la celebración con una procesión alrededor del claustro de la Catedral, portando las tradicionales candelas, que juntas «se convierten en una gran luz que ilumina». En la celebración, además de D. Arturo, estuvo concelebrando D. Manuel, obispo emérito de Palencia, al que agradeció su presencia nuestro Obispo y le pidió también su colaboración: «Para este pobre obispo es un privilegio tenerte en casa y te daremos faena para que no te aburras».

En su homilía comenzó D. Arturo pidiendo a los presente a «abrir las puertas del corazón, que a veces se nos estrechan» para que «[el Señor] nos invada con su fuerza y nos queme con su fuego»y recordando que el motivo de la celebración es «dar gracias por la vida consagrada».

Y centrandose en el Evangelio, desengranó las virtudes de Simeón y Ana, «que son las nuestras». Simeón que sostuvo en sus brazón al Señor. «Él es el consuelo para la historia… nosotros estamos llamados a ser personas justas y piadosas, aguardando el consuelo… incluso siendo el consuelo para los demás», algo que motivó la llamada propia de cada uno. Y como Ana no se apartaba del templo, sirviendo a Dios… «Nosotros no podemos apartarnos, no de un lugar simbólico -del templo- sino de lo que supone para nuestras vidas, con nuestros esfuerzos, con nuestros trabajos, con nuestras oraciones… siriviendo a Dios».

Invitó a todos los consagrados y consagradas a sentir el verdadero gozo del privilegio de servirle, amarle y ser sus testigos: «Ese es tu gozo. ¿Te das cuenta?»; y a renovar esa respuesta y consagración… «dispuestos a que se haga la voluntad de Dios en nuestras vidas», recordando el lema de este año, y añadió que la voluntad de Dios «es nuestro bien, es nuestra alegría, es nuestro futuro».

Y concluyó su homilía invitando a todos: «Demos gracias a Dios por la vida consagrada, por cada persona, por cada comunidad, por cada congregación, por cada carisma. Son regalos de Dios que ponemos todos al servicio del Evangelio».