Ayer en la Catedral tenía lugar, como cada primer viernes de mes, la oración de los jóvenes con el Obispo. En esta ocasión, además, D. Arturo admitió a las sagradas órdenes al seminarista Juan José Conde Muela. Un rito que se enmarcaba en la oración del mes de marzo, que es la que tiene un marcado carácter vocacional al sacerdocio.
Durante el desarrollo de la oracion –preparada por la comunidad formativa del Seminario Metropolitano de Oviedo, donde se encuentran tambien nuestros seminaristas de Santander– dos seminaristas del mayor y uno del menor «en familia» contaron su testimonios. El punto de encuentro fue la desproporción entre la confianza que Dios pone en cada uno al llamarlo «porque el quiere, porque le da la gana»; y también cómo, en el proceso vocacional, Dios espera y prepara los tiempos de cada cual desde experiencias vitales de «vacio y frustración inexplicables cuando parece que humanamente se ha alcanzado todo lo soñado», como relató en su testimonio Odorico Castilblanco, seminarista de Jinotega que cursa sus estudios también en Oviedo.
Juanjo aprovechó para agradecer la presencia y el esfuerzo de las personas que venían de lejos y, de modo especial, de Salcedo de Piélagos, su pueblo, con su párroco al frente, D. Alejandro Solorzano Sánchez. Además, tuvo un gracioso descaro para interpelar a muchos de los jóvenes asistentes el porqué están desoyendo la voz de Dios por resistencias o miedos que son infundados si uno descubre el amor de Dios. Terminó pidiendo oraciones para alcanzar la gracia de responder con valentía y generosidad.
Nuestro Obispo, D. Arturo, en su homilía también aprovecho para llamar y despertar a los jóvenes que no se deciden, mostrando que uno de sus sueños es ver el Seminario de Santander lleno de jóvenes dispuestos a entregar la vida.
Además, insistió D. Arturo –recogiendo lo narrado en la perícopa de la Transfiguración, que se proclamó– algo que le sorprende del modo de ser del Señor: cómo da a cada apóstol lo oportuno en cada momento… cómo busca animarlos en medio de las dificultades y pruebas, que pueden avistarse en medio del anuncio de la Pasión, mostrándoles su gloria. Del mismo modo tambien a nosotros, porque la vida del sacerdote también está llena de esos momentos de «Tabor», de experiencias de gloria en las que «Si, se puede ser feliz siendo sacerdote».
Tras tanto compartido pudimos adorar al Señor en el centro de la oración, cuyo ritmo se tornó más de quietud, para favorecer quizá esa respuesta o el alumbramiento en muchos de esa inquietud vocacional –que también nos refería Marcos Pérez Dirube, había podido descubrir en el contacto con los seminaristas–.