«A la querida Diócesis de Santander»

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Saludo con emoción y afecto a los sacerdotes, religiosas y religiosos, diáconos, fieles laicos, seminaristas, a todo el Pueblo de Dios de la querida Diócesis de Santander. También saludo con admiración y gratitud a mi querido hermano el Excmo. y Rvdmo. Sr. Don Manuel Sánchez Monge.

«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades» (Salmo 99). Con estos sentimientos de gratitud y alabanza doy gracias a Dios por su infinita misericordia, al Santo Padre, el Papa Francisco por su extraordinaria confianza y a toda la Iglesia, en la que me siento un hijo privilegiado, amado y acompañado en todos los momentos de mi vida.

Soy consciente de que esta es una responsabilidad que me sobrepasa y que sólo desde la pobreza de espíritu puedo acogerla. Sí, ser pobre. Sabiendo que la razón de la verdadera pobreza es la total confianza en Dios, es ofrecerse al amor misericordioso del Padre para experimentar su infinita ternura. En medio de esta generación debemos aparecer como los pobres de Dios que viven plenamente el espíritu de las Bienaventuranzas. Es el único camino de la santidad y a la luz de este espíritu se manifiesta la verdad de nuestra vida cristiana. En este día quiero recordar y desear que las Bienaventuranzas formen en mi un corazón de pobre, abierto, disponible, olvidado de mí y capaz de don. Quiero pedir, hoy y siempre, que Cristo me admita a seguirle en la humildad de los verdaderos pobres que lo esperan todo del Padre y nada en absoluto de sí mismos. Deseo que me conceda la gracia de abandonarme pura y simplemente en sus manos, para dejarme hacer por Él.

Le pido al Señor luz para saber anunciar el Evangelio en esa tierra bendita, pues cuando no se busca con todas las fuerzas de nuestro ser a Cristo vivo, la vida se hace insoportable. Como nos recuerda el Papa Francisco: «La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión “esencialmente se configura como comunión misionera”. Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, si asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. Así se lo anuncia el ángel a los pastores de Belén: “No temáis, porque os traigo una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo” (Lc 2,10)» (EG 23).

Quiero que sepáis que he vivido estos días con preocupación e inquietud, pues son muchas mis pobrezas, pero, al mismo tiempo, quiero entregarme totalmente a la misión que la Iglesia me encomienda. Solicito vuestras oraciones, os puedo decir hoy que ya formáis parte de las mías. Necesitamos orar con todo nuestro corazón, con todo nuestro ser, para saciar nuestro corazón, para experimentarnos verdaderamente hijos y hermanos reconociendo la verdad de nuestra oración en la humildad de toda nuestra vida y en la solicitud por servir a todos e interceder por ellos. No olvidemos que la oración no es otra cosa que el abrazo amoroso de Dios que estrecha contra su corazón y sus brazos al hijo recobrado.

Pronto tendremos la ocasión de poder encontrarnos, conocernos y caminar juntos, haciendo experiencia viva de sinodalidad. Siento que me incorporo a vuestra historia, larga y fecunda, para que juntos sigamos escribiendo hermosas páginas de la vida y del futuro de esa hermosa tierra. Por eso transmito también un respetuoso y cordial saludo a las autoridades autonómicas y municipales y mi disposición para que juntos busquemos el bien común, apasionados por la justicia, por la solidaridad, por la paz.

Llevo en mi corazón la preocupación por los que más sufren por cualquier causa, a los que no tienen trabajo ni pan, a las víctimas de cualquier tipo de violencia, a las personas que están solas, a los más mayores, a los enfermos, a los que han perdido la esperanza. Quiero estar a vuestro lado siempre y que la Buena Noticia sea real y fructífera en vuestras vidas: «En estos momentos donde todo parece diluirse y perder consistencia, nos hace bien apelar a la solidez que surge de sabernos responsables de la fragilidad de los demás buscando un destino común. La solidaridad se expresa concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás. El servicio es en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la “padece” y busca la promoción del hermano» (Ft 115).

Me encomiendo a la intercesión y a la protección de los Santos Mártires Emeterio y Celedonio. Suplico a María Santísima, “Virgen Bien Aparecida” que nos acompañe siempre y nos enseñe a ser fieles discípulos de su Hijo. «¡Oh Virgen querida, Bien Aparecida! Reina nuestra eres, danos tu favor. En la cumbre alzaste tu trono de gloria, alza en nuestros pechos un trono de amor».

Muchísimas gracias y ¡hasta pronto!

Con mi bendición y afecto

+Arturo P. Ros Murgadas

Obispo electo de Santander