Esta mañana se celebraba la Misa Crismal, la celebración que tiene ese sobrenombre por ser en la que el Obispo consagra el Crisma, confeccionado con un aceite al que le añade unas aromas, a la par que bendice los oleos de Catecúmenos y Enfermos con los que se signa a los que comienzan su preparación para el bautismo o se auxilia a los enfermos o moribundos, respectivamente. Este año ha sido particular, al ser la primera Misa Crismal que preside junto a nosotros D. Arturo, y también por contar con la presencia y la concelebración de D. Manuel Herrero, Obispo emérito de Palencia.

En la Misa Crismal, además, se renuevan las promesas sacerdotales. Por este motivo se celebra de modo anticipado al día natural, el Jueves Santo –día del amor fraterno, de la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial– para que puedan participar cuantos más sacerdotes. Concretamente esta mañana 123, entre sacerdotes seculares y regulares, a los que invitaba en su homilía: «hacerdlo con alegría… sin reservaros nada». Algo que puede conjugarse también con la última confesión/petición con la que D. Arturo terminaba la Misa: «me estáis ganando el corazón. Tenéis que dejarme que os lo gane a vosotros. Dadme tiempo. ¿Lo haréis? Gracias. Caminemos juntos por el bien del Señor y de la Iglesia Diocesana que seguro que la colma de grandísimos frutos. Gracias.»

Al comienzo de su homilía D. Arturo hizo un recuerdo agradecido de los sacerdotes que han fallecido desde que es nuestro Obispo: «D. Jesús Amieva Mier, D. Francisco San Martín Fons, D. Francisco González Sáez, D. Isaac Rayón Echevarría, D. José Luis López Revuelta, D. Arsenio Quintanal Martínez-Conde. Algunos de ellos me regalaron momentos inolvidables y que siempre guardo en la memoria y en el corazón». También terminaba su homilía agradeciendo a los sacerdotes presentes: «Gracias queridos hermanos sacerdotes. A todos. A todos. A todos. Por vuestras vidas, por vuestro ministerio, por vuestra entrega. No os desaniméis, por favor. Y no tengais miedo. Y no desfallezcáis nunca en el anuncio del Evangelio».

Desde el marco del Misterio Pascual que todos celebraremos en estos días, D. Arturo quiso situar a todos para una mejor vivencia de los misterios que nos salvan: «Jesús nos salva por amor. Jesús nos engendra a la vida filial en el misterio de su Cruz gloriosa. No pases a la ligera y demasiado deprisa por el escándalo y aceptar el ser profundamente desconcertado por la locura de la Cruz. No puedes conocer verdaderamente a Jesús sino entrando en el misterio de su Cruz. Solo se conoce a Jesús comprometiéndose a seguirle. Entregarte a Él con todas tus fuerzas y con todo el amor de tu corazón es aceptar el ser arrastrado allí adonde no quisieras ir… es decir, a la Pasión».

Invitó a los sacerdotes a seguir entregándose en su servicio ministerial: «Pedro no aguanta más y expresa la profundidad y solidez de su amor por Cristo: ‘Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.’ Ya no tiene miedo de manifesta su amor por Cristo, porque ha reconocido en Cristo la fuente del amor y del perdón. También tú tienes que responder de esa manera. Pero antes es necesario que te dejes realizar y amar por Cristo. Solo cuando Cristo está en el centro del propio corazón se puede comunicar al corazon de los demás y se puede responder a los problemas del corazón humano. Por tanto, no sería posible la verdadera familia sacerdotal sin una relación íntima de Cristo y un fiel seguimiento evangélico».

Otra de sus invitaciones fue la de fomentar la fraternidad sacerdotal, donde encontramos descanso y consuelo en medio de fracasos pastorales y el frenesí de la actividad. «Reiniciar y empezar de nuevo siempre. Tender la mano a los otros. De hecho nuestros necesarios momentos de recarga no suceden solo cuando descansamos fisica y espiritualmente, sino también cuando nos abrimos al encuentro fraternos entre nosotros. La fraternidad conforta… ofrece espacios de libertad interior y no nos hace sentirnos solos delantes de los desafíos del ministerio.»