El hombre de hoy la misericordia

«La mentalidad contemporánea, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende, además, a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de misericordia parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado. Tal dominio sobre la tierra, entendido  tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia” (JUAN PABLO II, Dives in misericordia, 2)

En nuestro mundo la misericordia no goza de buena prensa. Para muchos es un sentimiento pasajero que ante las miserias ajenas se ablanda y se entristece sintiéndose impotente para remediarlas. O una actitud envilecedora, sospechosa, encubridora, cuando no paternalista. La misericordia para muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo

* es la virtud de los débiles y genera pasividad. Las personas vigorosas y capaces de valerse por sí mismas no necesitan ni recibir ni otorgar misericordia. La ‘cultura de la fuerza’ es contraria a la misericordia.

* es una manera de encubrir la injusticia, ofende la dignidad de la persona asistida e induce en el bienhechor una falsa conciencia de persona honorable. Humilla, crea inferioridad y dependencia, produce resentimiento. Recordemos aquel epitafio donde se podía leer: “Aquí yace Don Juan Robles,/ que construyó este hospital/ y primero hizo a los pobres”

*la ‘cultura del deseo sin límites’ excluye la misericordia porque no permite pensar en los demás y, en todo caso, no deja sentir las necesidades ajenas.

Estas caricaturas de la misericordia contienen elementos de verdad dentro de su evidente exageración. Algunas veces ejercemos la misericordia de forma paternalista, practicamos una caridad meramente asistencialista sin trabajar en la verdadera promoción de las personas, y así herimos a los necesitados. Por otra parte, la misericordia plenamente desinteresada, exenta de motivos menos honorables, no existe más que en casos muy excepcionales.

La verdadera enfermedad del hombre de hoy está en el corazón. Se considera dueño de sí mismo y árbitro del bien y del mal. La soberbia, el orgullo y el afán de dominio le incapacitan para amar. Esta es la clave: La verdadera crisis preocupante de hoy está en el amor. Y esta enfermedad sólo se cura con el amor de Dios que se vuelve misericordia. La postura más fundamental que hemos de infundir en el hombre de hoy es que se deje invadir por la misericordia y luego pueda comunicarla.

La misericordia rige la vida de los hombres. También la vida de los hombres y mujeres de hoy. No nos bastan las cosas que dominamos a nuestro antojo, necesitamos lo que sólo es eficaz cuando se recibe gratis, lo que llega a nosotros como un don imprevisible de Dios, lo que nos sobreviene antes de toda acción nuestra. El amor y el perdón, por ejemplo, son frutos de la misericordia. Estamos hechos de tal modo, que sin estos regalos gratuitos, se frustra nuestro destino. No podemos satisfacer nuestra ansia de felicidad con ninguna iniciativa nuestra por interesante y noble que sea. Sólo podemos vivir medianamente felices, si somos acogidos y sostenidos en el camino, levantados una y otra vez por Alguien que nos ama.