Esta mañana nuestro Obispo, D. Arturo, presidía la Misa de la Folía en San Vicente de la Barquera. Una fiesta de tradición para todos los barquereños que, año tras año, festejan a su Madre, la Virgen de la Barquera.

En una Iglesia abarrotada de fieles, confesó D. Arturo al comienzo de su homilía: «tengo la sensación de que no había entrado del todo en la Diócesis sin haber venido a San Vicente de la Barquera. Ahora ya tengo paz.»

En su homilía aunó la mirada al Buen Pastor, motivo litúrgico del IV Domingo de Pascua, con la presencia de la Virgen de la Barquera en su fiesta: «Nuestras miradas se dirigen a María Santísima… ¡Siempre! Por necesidad. Mirándola a ella encontramos consuelo, nos sentimos reconfortados, acariciados, queridos. Nos sentimos hijos, y eso nos hace bien. Pero ella siempre nos pide que miremos al Hijo. Y lo hacemos hoy de esta forma tan especial, en el Evangelio de este Domingo de Pascua […] Es bueno grabarlo en el corazón, por lo que supone para nuestras vidas. Dice Jesús: Yo soy el Buen Pastor.»

Y siguió desgranando la propuesta de Jesús en el Evangelio, que tiene la osadía de que «El mundo lo convierte en parábola. Lo convierte en presencia de Dios. Por eso para que la gente le entendiera […] les dice ‘Yo soy el Buen Pastor’ y el buen pastor hace esto –lo dice Él–: da la vida por sus ovejas, se preocupa por ellas. Si están enfermas, las cura; si no pueden andar, las carga sobre sus hombros; les lleva a los mejores pastos; procura que nadie les haga daño, porque son suyas… es su pastor. Son sus ovejas y por tanto el pastor da la vida por sus ovejas y las conoce. Hace este simil Jesús para que nosotros nos acerquemos a él porque, cuando nos muestra la imagen del Buen Pastor, podemos decir muchas cosas pero, sobre todo, es cercanía. El pastor bueno, que es Jesús, está cerca de sus ovejas –que somos nosotros– y nos conoce por nuestro nombre y nos llama y se desvive por nosotros y procura lo mejor para nuestras vidas y nos cura y nos levanta y nos salva… y se preocupa por cada una de sus ovejas, se preocupa con detalle de cada uno de nosotros.»

En su homilía D. Arturo tambien interpeló a los presentes: «Y cuando tú le preguntas en la oración, tal vez, a Jesús: ¿Quien eres Tú para mi? ¿Quién es Jesús para ti? ¿Qué dirías? Se nos ocurren enseguida afirmaciones contundentes, que pesan como una losa, y que son indescriptibles e incomprensibles.»

Y continuó atreviéndose a mostrar lo vibrante que puede llegar a ser nuestra oración. Unas palabras que con sus ojos cerrados se sentían brotando de lo profundo: «Señor… tú eres para mí el Buen Pastor, mi buen Pastor, mi único Pastor. Porque nadie me trata como Tú; nadie pronuncia mi nombre como Tú; nadie procura lo mejor para mí como Tú; nadie me cuida de las dificultades como Tú, mi Buen Pastor. ¡Jesús es tu Buen Pastor!»

No pasó por alto una de las preocupaciones del Buen Pastor, que incluso invitó a todos a replicarla: «No solo le preocupan al pastor las que están… le preocupan mucho las que no están. Y por eso esa inquietud: las tengo que traer, las tengo que llamar, las tengo que cuidar… esas ovejas que están lejos. Es nuestra misión, ¿saben? Nosotros no podemos conformanos con lo inmediato. Tenemos que intentar, como Jesús, ser buenos pastores. Es verdad… no es fácil a veces, pero es nuestra forma de vida. Todos estamos llamados a serlo. […] ¿Qué supone esto? Cuidarnos unos a otros, procurarnos el bien unos a otros y estar inquietos, preocupados, por los que no están… ir a buscarles, llamarles, invitarles a que formen parte de esta gran familia de los hijos de Dios»

Algo a lo que también invitó a muchos de los presentes al recordarles que «Dios os quiere. Y formáis parte de esta historia y la Iglesia os necesita. No mandamos, no imponemos, no exigimos, no juzgamos, no condenamos, no excluimos. Tengo otras ovejas, dice el Evangelio, que no son de este redil… también las tengo que traer. […] Que esa sea vuestra experiencia de la Iglesia y de Dios. Sentiros llamados, sentiros convocados, sentiros parte de esta gran familia de personas –hombre y mujeres frágiles, es verdad, con muchas limitaciones e imperfecciones– pero con este gran gozo, inmenso, indescriptible… y es que el Buen Pastor […] nos hace felices, muy felices. Incluso [con] deseos inmensos de dar la vida como el Buen Pastor.»

Siguió profundizando desde la mirada de la Virgen, «La mejor discípula, la que mejor entendió todas estas cosas y las hizo entraña fue su Madre. La que le había llevado en sus entrañas, la que le había parido –al Buen Pastor lo pare María Santísima– y ella es Madre y discípula al mismo tiempo. Y cuida a su Hijo haciendo de ‘buen pastor’ y al mismo tiempo le escucha. Y hace suyas las palabras, las enseñanzas del Hijo. Y nadie cuida a sus hijos como ella. Y nadie se preocupa de sus hijos como ella. Y nadie acaricia a sus hijos como ella. Y nadie se desvive por sus hijos como ella. María Santísima, la madre de Jesús. […] ¿Qué te sugiere? […] El compromiso que se nos sugiere hoy, que sugiere la Madre del cielo a sus hijos queridos de San Vicente de la Barquera […] es este: […] Hijo mío de mis entrañas, hija mía de mis entrañas… no dejes de escuchar al Buen Pastor. Y no dejes de intentar hacer verdad en tu vida lo que el Buen Pastor te enseña. […] Saber que, estemos más cerca o más lejos, creamos más o creamos menos, nos sintamos más integrados o menos… Ella siempre te mira. Ella siempre te espera. Ella siempre te acaricia. Ella te dice siempre lo que necesitas escuchar: ‘Hijo mío, hija mía… te quiero'».

Un momento gracioso, vivido al final de la Misa, fue cuando amenazó a los presentes con llevarse al sacerdote: «Y quiero dar gracias especialmente al sr. cura. Tenéis un buen cura en san Vicente. ¡Cuidádmelo! Si no vengo y me lo llevo […] Permítanme esta licencia […], a veces nos falta reconocer la labor de los sacerdotes. A veces nos acostumbramos o no lo tenemos presente. Y yo lo reivindico –lo hice desde el primer día que llegué a Santander y no me voy a cansar hasta que me jubile–: cuidar a mis curas, defender a mis curas, hablar bien de mis curas. […] Cuiden a los curas. Nosotros no podemos vivir sin ustedes. ¿No lo saben? No nos montamos la vida a nuestro aire y hacemos lo que nos parece, ¿verdad D. Juan? Incluso, fíjense –creo que algunos de ustedes se han dado cuenta ya, pero por si no se han dado cuenta se lo digo yo a la cara–: los curas queremos a la gente. Mucho… incluso mucho más de lo que se nota. Es verdad que las circunstancias son distintas en nuestra vida, pero queremos a la gente y queremos hacer verdad lo que dice el Evangelio: dar la vida.»

Quizá aquí deban situarse también sus palabras con las que llamaba a que la tradición dinamice la vida y el futuro: «Por eso en este día tan especial para vosotros se une la historia, la tradición, la memoria… ¿la vida, el futuro? ¿Consideramos los acontecimientos historicos de este milagro –ocurrido en este lugar– mirando hacia atrás o mirando hacia delante?»

Una provocación que también encontró su eco al final de la Misa cuando les decía: «Y a ustedes… ¡Qué no sea un día la fiesta solo y que se acabe hoy! ¿Eh? ¿Volveréis algún día? ¿Si o no? Decidme que sí y quedáis bien… han dicho que si. […] Les prometo volver si me dejan… y si no me dejan volveré igual.»