Mañana, Domingo 23 de febrero, a las 5 de la tarde, nuestro Obispo, D. Manuel conferirá a Fernando Remón Higuera, que cursa su último año en el Seminario Diocesano el orden del diaconado.

El ministerio diaconal se remonta al comienzo de la Iglesia primitiva, al ser elegidos 7 varones justos que pudiesen ayudar a los apóstoles en su misión. En el caso del ordenando, lo será por un tiempo no inferior a los 6 meses que establece el Derecho Canónico, antes de ser ordenado sacerdote.

Fernando contó en su proceso de discernimiento con el consejo de sacerdotes que le ayudaron a dar la respuesta que Dios le pedía en cada momento, hasta que estando en Kósovo la vida cómoda que llevaba comenzó a hacer aguas. Al ver las dificultades que pasaban las familias cristianas en aquel lugar, fue su pobreza, y carencia de respaldo de cualquier tipo fuera de la fe, la que le interpeló y le produjo un profundo cuestionamiento que propicio que tuviese que recalcular la ruta, cambiando el trayecto para llegar a la felicidad, que anteriormente había encontrado en el ejercicio de su profesión como ingeniero industrial, coordinando la construcción de aeropuertos.

Es curioso que fuese esa experiencia la que lo hiciese aterrizar en un mundo que, aunque no era desconocido para él, nunca había llegado a desbaratar sus planes. En esta ocasión el trabajo fue la realidad de la que Dios se sirvió para llamarlo, como en el caso de los primeros apóstoles y para tantos desde entonces, a descubrir la novedad de su misión. Cambiando la construcción de aeropuertos, que cada año propician que millones de personas se acerquen a otras personas y realidades, para dejarle a Dios que fuese Él quien construyese en esa realidad en su vida. Sus aeropuertos señalaban a realidades tangibles, el viaje apasionante que Dios pensó para Fernando lo invitó a soñar a lo grande, sin presupuestos desbaratados ni más fuerzas que las que Dios ponga en sus manos.

Ahora, con 51 años, dirá de un modo definitivo sí a las tres promesas que se realizan en la ordenación diaconal: obediencia al Obispo, guardar el celibato y llevar una vida austera. Además, tras la ordenación podrá ayudar al Obispo y a los sacerdotes en las celebraciones litúrgicas con la proclamación del Evangelio y el servicio del altar, y presidiendo los sacramentos del bautismo y el matrimonio, y pudiendo realizar las exequias y bendecir. La Iglesia, también, a partir de su ordenación confía a su oración abnegada y constante, en la Liturgia de las Horas, el camino de santidad personal y comunitaria de quienes se encuentren con él y a quienes les sirva la Palabra y la Eucaristía.